Derecho a quebrarse

Recuerdo ahora lo que escribió el argentino Hernán Casciari sobre la depresión. Venía a decir que, a diferencia de los argentinos, los españoles solo acudimos al psicólogo cinco minutos antes de saltar por el precipicio. En alguna encrucijada oscura del alma ellos se habían obsesionado con averiguar el porqué de las cosas, hasta el punto de convertirse en maratonianos gozosos de la terapia, mientras que nosotros nos habríamos conformado con perseguir el qué. Es sutil la diferencia, pero determinante. Pienso en ello cuando leo las mil sentencias que circulan en redes sociales sobre lo sucedido con Biles y Djokovic en los últimos días.

Casciari no intuyó que aquel país que acudía al diván solo cuando la familia comenzaba a teclear "camisa de fuerza" en Google tendría, apenas quince años después, cincuenta millones de psicólogos. Manoseamos los dolores ajenos con la misma naturalidad con la que mi hijo aplasta un bloque de plastilina. La placa de la puerta que ayer nos anunciaba como fontaneros o políticos hoy nos vende como terapeutas. O psiquiatras, porque aún no entendemos la sutileza. No sé mucho sobre tenis y menos aún sobre gimnasia, pero reconozco el ruido del suelo quebrándose bajo mis pies. De lo primero no opino por ignorancia, de lo segundo por prudencia.

Encontrar soluciones sencillas a problemas complejos es como ganar la lotería. Mi animal mitológico favorito. Si tenemos serias dificultades para descifrar la vida a través de memes, fotos fijas y latigazos de 160 caracteres, imagina descodificar algo tan complejo, mutable y particular como la tristeza de los demás. La valentía de Biles en su retirada y los estallidos iracundos de Djokovic han generado alrededor debate sano pero también demasiado ruido estomagante. Nos hemos vuelto a quedar el qué. Los que gustan de aprovechar para su causa política los comportamientos de algunos deportistas lo han reducido incluso al quién. Hablamos continuamente de naturalizar el derecho a quebrarse, pero antes falta un paso. Deshacer el nudo que te aprieta la garganta justo antes de entrar en la consulta y pensar en el porqué.