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Elaine Thompson aterriza en el planeta Griffith

La jamaicana Elaine Thompson no tenía ni la fama, ni el arsenal de medallas de su compatriota Shelly Ann Fraser, pero su crédito como velocista era impecable. Ganó la final olímpica de 100 metros en Río 2016 y renovó la superioridad de las caribeñas, que se adueñaron del oro en 2008 y no lo han soltado desde entonces. Con 34 años, Fraser, campeona olímpica en Beijing y Londres, pretendía llevarse su tercer oro en los 100 metros. No lo consiguió. Elaine Thompson voló en la final, superó con facilidad a Fraser y registró el segundo mejor tiempo de la historia: 10,61 segundos. ¿Qué supone esa marca? Ingresar en la dimensión Griffith.

Hay que remitirse a 1988 para comprender la magnitud de los récords de Florence Griffith y las gruesas dudas que despertaron. Representan el apogeo de la barra libre en el dopaje. No se explica de otra manera la supervivencia de varios récords planetarios establecidos en los años 80 del siglo pasado. Han pasado más de 30 años desde entonces. En términos deportivos es una eternidad. Pero los nombres de Florence Griffith, Marita Koch o Jarmila Kratochvilova se mantienen en la cima de los rankings. Inalcanzables, además.

Griffith representa el vestigio de los últimos días de la guerra fría, donde las dos superpotencias de entonces -Estados Unidos y la URSS- trasladaban al deporte sus políticas geoestratégicas, sin olvidar acompañarse de sus países aliados. Los Juegos Olímpicos se erigían en el perfecto escenario simbólico para dirimir la rivalidad. Todo valía, y el dopaje servía como principal instrumento en el adiestramiento, en medio del descontrol, la hipocresía o la connivencia de los principales organismos del deporte.

En los años anteriores a los Juegos de Seúl 88, Florencia Griffith había destacado entre las mejores del mundo, pero nunca había logrado una gran victoria. Especialista en los 200 metros, alcanzó el segundo puesto en los Juegos de 1984 y en los Mundiales de Roma 87. Si quería derrotar a Heike Dreschler o Silke Gladisch, banderas de la RDA en las pruebas rápidas, necesitaba dar un paso más, de gigante a poder ser. Lo dio en 1988.

En los trials estadounidenses previos a los Juegos de Seúl, Griffith marcó unos tiempos estratosféricos, impensables en aquellos días y en los actuales. En unas sospechosas condiciones de viento, registró 10,49 segundos en los 100 metros. Todavía figura como récord del mundo. En Seúl, venció con 10.54 -viento excesivo- y dejó como récord olímpico su marca en las semifinales: 10,62. Es el listón que Elaine Thompson saltó este sábado.

Griffith ganó el oro en los 200 metros (21.34, récord mundial todavía), deslumbró en el relevo 4x400 y no se la volvió a ver en las pistas. Aquel año cambió su forma de correr y su aspecto físico, impactante por rotundo, por la dureza de las facciones y por un mostacho más que incipiente. Murió en 1998, a la edad de 38 años, víctima de un problema cerebrovascular. Para la posteridad han quedado unas marcas difícilmente explicables. Su repentina retirada quizá sirve como pista.

Elaine Thompson, 29 años, ha roto el primero de los récords de Griffith. Permanece el mundial, pero el olímpico pertenece desde este sábado a la jamaicana, arrolladora en la final. No la despegó Shelly Ann Fraser en la salida y abrió un abismo desde los 60 metros hasta la llegada. Detrás, Fraser y Shericka Simpson, la tercera jamaicana en un festival sólo mediatizado por la ausencia de la joven Sha’Carri Richardson, suspendida por consumir marihuana durante los trials olímpicos estadounidenses.