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Robert Enke pudo sentirse como Juana la Loca, a la que tampoco nadie supo tratar una depresión. Era más fácil encerrarla. Pasó su Edad Media, pero el fútbol tiene revoluciones pendientes. Quizá por ser el deporte más popular, más extendido, objeto del comentario fácil de cualquiera que pase, al natural desprecio por las debilidades de los futbolistas (¿por ser ricos (algunos)?, ¿por ser jóvenes?) se le añade la estigmatización del diferente. Por jugar con el balón en el pasto como Panizo, por tener inquietudes como Querejeta, por estudiar como Gárate, por tener otra orientación sexual como Justin Fashanu: todo lo que se salía de lo habitual se veía con desconfianza. Los problemas mentales no se contemplaban. Y, desde entonces, aunque hayan brotado casos que antes se silenciaban, siempre han sido minusvalorados. Jamás han tenido la consideración de las lesiones físicas. Como en el Medievo, sigue existiendo la prueba de fe.

Que la mente sana en un cuerpo sano es la base para una vida plena lo usamos como latinajo asimilado al refranero rancio. Soy de una generación que vio cómo la opinión pública se mofaba de Butragueño por hacer yoga, que puso la cruz a Benito Floro (también desde dentro del vestuario) por confiar en un psicólogo deportivo en el Real Madrid, que se escandalizaba con la fobia de Bergkamp al avión. Una de las cosas buenas del denostado fútbol moderno es que trata de proteger el talento y de que la calidad luzca en condiciones iguales para todos: seas alto, bajo, potente, hábil, canchero o minga fría. Pero siempre sano.

El caso Biles es un empujón deportivo más que va ayudar al fútbol a seguir atravesando su propio desierto de prejuicios, como hicieron Navas, Iñigo Pérez, Kiko Femenía, y otros futbolistas que, aun con trabas y miradas aviesas, han superado problemas psicológicos. El reconocimiento es el primer paso para el diagnóstico, el tratamiento, la posible cura y la prevención. Salud (física y mental) y carácter competitivo son cosas diferentes. Sin la primera, la segunda es imposible. Ya no podemos liberar a Juana del estigma, pero sí ayudar a los futuros Enke.