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Juegos en estado de alarma

No recuerdo ninguna edición de los Juegos Olímpicos del presente siglo en la que no se lanzaran mensajes apocalípticos durante las fechas previas, en la que los problemas de toda índole no eclipsaran en los medios de comunicación al inminente comienzo del deporte. En las cercanías de Río 2016 proliferaron las noticias sobre el caos organizativo, sobre la contaminación de sus aguas, sobre el peligro de los mosquitos portadores del Zika... En Londres 2012, el miedo lo aglutinaba la amenaza terrorista. En Pekín 2008, la polución y la violación de libertades. En Atenas 2004, las instalaciones inacabadas y el dopaje. En cierto sentido es lógico. Los Juegos son un acontecimiento global que reúne todas las inquietudes del planeta y su víspera siempre origina incertidumbre. En Tokio 2020, obviamente, los temores se concentran en torno a la pandemia de coronavirus, que ya obligó al aplazamiento de un año y que ha generado muchas “dudas” y “noches de insomnio” por el camino, como reconoce el propio presidente del COI, Thomas Bach. Una catástrofe que ha encogido al mundo.

Los 71 infectados contabilizados hasta el martes, aunque sólo cuatro en la Villa Olímpica, que se unen al mal estado epidemiológico en Japón y a la fuerte oposición del pueblo nipón, han encendido de nuevo la alarma, el pavor por un brote, a sólo tres días de la Inauguración. Las palabras de Toshiro Muto, presidente del Comité Organizador, no han calmado el ambiente: “No podemos predecir qué pasará”. El mensaje se ha interpretado como una ventana a la cancelación. Una opción que, por cierto, Bach siempre ha descartado. Cuesta creer que con los deportistas ya en Tokio y con todo listo para arrancar, se vayan a clausurar. La pandemia merece respeto, pero la situación se verá de otra manera, como ya ocurrió otras veces, cuando la competición eche a andar. Que empiecen ya…