Es Messi, tolili
Que Leo Messi juegue al fútbol como un niño en el patio del colegio no quiere decir que se le pueda pagar en corticoles, opción barajada por algunos socios y líderes de opinión que no terminan de ver con buenos ojos su inminente fichaje. "Está mayor para cobrar tanto dinero", me dice un amigo culé que se dedica al marisqueo, como si el nuevo salario de Messi fuera a salir de su bolsillo o, peor todavía, como si lo hubiera sorprendido en el probador de una ortopedia con varias prótesis de cadera en la mano.
Los aficionados del Barça, por definición, somos un subconjunto vacío que sufre como nadie los rigores del verano, si acaso al mismo nivel que los perros con mucho pelo. Desde muy pequeños nos hemos autoconvencido de todo se decide en estos meses de asueto, incluida la viabilidad futura de un club que lleva en crisis desde que Núñez conoció a Navarro, comedia romántica por excelencia en el universo azulgrana. El gasto, como en esas familias con viñedos de la tele, siempre ha sido motivo de conflicto entre ismos y las fricciones se han acentuado ahora que nos reclama dinero hasta el prestamista menos codicioso del Raval.
¿Se debe fichar/renovar a Messi en esta coyuntura, por tanto? Si usted piensa que sí, el cielo le estará esperando con el Cant del Barça atronando por megafonía en cuanto llegue su hora. Si por el contrario piensa que no, tampoco proteste el día que su familia solicite esparcir sus cenizas en uno de los campos de entrenamiento del Espanyol. La mezquindad, querido amigo, se cotiza a precio de pecado mortal y no se relata un comportamiento más ruin en toda la Santa Biblia que privarse voluntariamente de ver a Messi capitaneando la orla del próximo curso.
¿Que resulta caro retener al genio? Pues claro, solo faltaría: no se olvide que estamos hablando del mejor futbolista del planeta, no de un pack de seis calcetines con motivos de Operación Camarón. Y si por alguna extraña razón todavía alberga dudas, piense en el esfuerzo que estaría dispuesto a realizar el mismísimo Florentino Pérez por llevárselo a Madrid, vestirlo de blanco y, de aquí a uno meses, darse el capricho de llamarle tolili.