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Alemania perdió una ocasión de oro en Wembley. Quedar segunda en el grupo de la muerte con Francia y Portugal le trasladó a la mitad de la tabla en la que Inglaterra suponía el hueso más duro de roer en su camino a la final. En cuartos esperaba el ganador del Suecia-Ucrania, en semis el que se imponga en el cruce de cuartos entre Dinamarca y República Checa. Pero, al final, el fracaso se dio en el lugar más inesperado: en el salón alemán de Wembley, donde tantas éxitos había logrado a lo largo de su historia.
La derrota ante el que se suponía que era su rival fetiche supone un antes y un después en Alemania. Löw deja el cargo después de 15 largos años en el cargo (lo hará el mismo año que la canciller Angela Merkel) y dependerá de Hansi Flick devolver la grandeza a una tetracampeona del mundo que cayó en el Mundial de 2018 en la fase de grupos y en esta Eurocopa en octavos. Urge dar un aire nuevo a una federación en la que, tanto en los despachos como sobre el terreno de juego, se acumulan los escándalos y las decepciones. Alemania ha perdido su esencia. Su gen ganador. Y le costará volver a encontrarlo.
