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No estoy triste porque me lo esperaba. Porque después de haber pasado veinte años a su lado en Madrid, después de haber escrito su biografía y conocido a la gente que más cuenta para él, había detectado signos inequívocos en sus palabras y sus gestos. Algo se había roto y no me imaginaba que por un orgullo mal gestionado o por el dinero estaría dilatando su salida del Real Madrid más de lo que le decían su corazón y su cerebro.

Así que Zinedine Zidane, nuestro querido Zizou, ha sido fiel a sus valores y a su filosofía. Hay gente en el Madrid que le ha decepcionado y ha habido ataques que se han filtrado a la prensa que le han dolido. Pero por amor y respeto al que llama "el club de su vida", mi compatriota no ha querido engañar a nadie, sobre todo a sí mismo. Y por eso se marcha.

Es evidente que se cierra la etapa grandiosa de un entrenador que ha ganado, entre muchos títulos, nada menos que tres Champions League consecutivas, pero, sobre todo, se ha acabado una relación de veinte años entre un hombre y el club más importante de la historia del fútbol mundial. Entre el jugador que regaló la famosa volea de Glasgow para levantar la Novena y el club de las 13 Copas de Europa. Entre un técnico que vino corriendo las dos veces que se le pidió su ayuda y el club que le necesitaba. Entre Zizou y el Madrid. Y eso sí que me hace sentir un poco triste.