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Nada, frío, un gol y melancolía

Final del juego, triste conmemoración de la nada, celebración dubitativa de un bello gol y despedida colectiva llena de una melancolía sin remedio. El Barça que se estimuló en enero y recuperó la sonrisa de Messi, para olvidar aquel 2-8, ese peso del pasado, se rindió luego a la inepcia y a las circunstancias, se hizo un equipo ramplón que olvidó lo mejor que tiene: el buen juego. Pero el buen juego sin goles conduce a la melancolía, y eso es justo lo que ocurrió en el trozo de partido cuyo empate rompió Griezmann con un gol que fue una exhibición inútil.

En otros estadios vibraba el fin de LaLiga, en botas de eternos rivales, que ganaron cada uno con dificultades parecidas a las del Barça. Pero ellos les ganaron a Koeman y a los suyos (incluido Laporta) la ambición que el grupo azulgrana le regaló a sucesivos rivales, dispuestos a todo mientras Messi y los suyos se resignaban a la nada.

Ganó con merecimiento, al final, el Atlético, y al Real Madrid hay que aplaudirle lo que antiguamente llamábamos pundonor, con una plantilla diezmada pero muy entusiasta. Al Barça se le quitó el entusiasmo demasiado pronto, como si un enemigo (¿interior?) le hubiera hecho una lobotomía. Nunca dejaré de ser del equipo azulgrana, pero estas semanas pensé interrumpir mi militancia. No se puede dejar un equipo aunque éste haga tantos méritos para que te borres.