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Dibujo picassiano sobre fondo gris oscuro

Dos equipos, dos épocas, dos maneras de jugar se enfrentaron en Stamford Bridge, estadio a la antigua, sin ninguna de las comodidades asociadas al fútbol de lujo. Sobre un césped impecable, infrecuente en tiempos todavía cercanos, el Chelsea destruyó al Real Madrid con una mezcla perfecta de velocidad, firmeza, recursos técnicos, vigor y ambición. En el Madrid no se apreciaron ninguna de estas cualidades, salvo un par de detalles de Benzema, único hilo de esperanza de un equipo que declaró su envejecimiento y manifestó todas las sospechas sobre unos jóvenes que no levantan el vuelo, no al menos en el máximo plano competitivo.

El Madrid ha llegado más lejos de lo previsto en una temporada con numerosos problemas circunstanciales y graves déficits estructurales. El club achicó una plantilla muy castigada por la enorme exigencia del calendario Covid en 2020 y 2021. El regreso de Odegaard fue la única novedad en el verano pasado. En enero fue cedido al Arsenal. Cuesta creerlo, a la vista del brutal desgaste que han soportado Modric, Casemiro y Kroos, tres grandes damnificados en la eliminatoria con el Chelsea.

Regresó Odriozola, otro cedido, pero apenas ha sido utilizado. Zidane apenas confió en él. En Stamford Bridge no jugó. Prefirió mantener el dibujo del primer partido, pero el cuadro resultaba picassiano a primera vista: Vinicius, carrilero en la derecha; tres centrales, uno de ellos (Sergio Ramos) sin probar su estado en las últimas semanas; Mendy, en el otro carril, recién salido de una lesión; Hazard en la media punta, después de año y medio de tormento físico y probablemente anímico. No sonaba bien el esquema, no con tanta probatura.

Fue una noche terrible para todos: para los que regresaban cogidos con alfileres -especialmente Mendy y Hazard-, para Vinicius, que dio todas las muestras posibles de desconocimiento de su trabajo, para la trinidad de centrocampistas, abrumados por la vitalidad de sus rivales, encabezados por el sensacional Ngolo Kanté, y para Benzema, abandonado Crusoe en la inclemente isla que formaron Christensen, Thiago Silva y Rudiger. Bastante hizo con sacarse un remate sensacional, rechazado milagrosamente por el portero del Chelsea.

Todo lo que pudo ir mal, le fue mal al Real Madrid. A principios de temporada no se le tenía como favorito en la Copa de Europa. Desde esa vertiente, su respuesta ha mejorado las previsiones, gracias a su excelente primera parte contra el Liverpool en Valdebebas. Sin embargo, las derrotas con el Shakhtar y el angustioso empate con el Moenchengladbach señalaron el verdadero estado del equipo, sostenido tarde sí, tarde también, por Casemiro, Modric, Kroos y Benzema.

Modric cumplirá 37 el próximo año. Benzema, 34. Kroos, 32. Casemiro ingresará en la treintena. Solo Valverde ha dado alguna señal de competencia. Es muy poco para un equipo que envejece a ojos vista. Después de dos temporadas de lesiones y frustración, Hazard remite a Bale en el mejor de los casos. Es una pena, pero la realidad se impone. Tampoco es un chaval (30 años).

El Madrid prefirió vender a Achraff que reclamar su retorno. Odegaard parece que ha roto su relación afectiva con el club. Su salida se explicó tan mal como el petardazo de la Superliga. Sin Benzema, el gol adquiere el aspecto de quimera. La despedida de Marcelo se anuncia inminente. Si el equipo era expresión de una ocurrencia, el diseño de la plantilla, también.

¿Quiénes son los responsables de este acuciante problema? En el Madrid, eso es un misterio. Ha tenido y no ha tenido directores deportivos, manager a la inglesa -Mourinho recibió ese cargo públicamente tras la destitución de Valdano en 2011- y una nebulosa posterior que nunca se ha responsabilizado de las malas decisiones. En 2019, el Real Madrid gastó 300 millones en los fichajes de Hazard, Militao, Jovic, Mendy y Rodrygo. Salvo el emergente papel de Militao, el resto no ha producido más que indiferencia, en el mejor de los casos.