Mapi, Alexia, Lieke…
En 1988, el escritor Martin Amis publicó un legendario artículo sobre el tenis femenino. En él postulaba que el espectáculo que ofrecían Steffi Graf, Gabriela Sabatini, y una Navratilova crepuscular era más "divertido" que el masculino. Faltaba mucho para que Federer y Nadal iniciaran su reinado compartido, y algunos tenistas ganaban torneos solo con la dinamita del saque. "Los hombres se han embarcado en una pugna de atletismo desmedido, machismo y mal genio", escribía Amis, mientras que el tenis femenino "sigue siendo más lento, de forma que el aficionado tiene tiempo de reconocer el vocabulario de la astucia y las segundas intenciones".
En parte son palabras que se podrían aplicar al fútbol actual en España. Aunque no hace falta comparar, el juego femenino puede ser hoy igual de divertido y emocionante. Coincide además que las reivindicaciones del feminismo sobre la igualdad de género calan cada día más hondo en la sociedad. Así, tres años después, el FC Barcelona jugará una final de la Champions League y su popularidad, incluso en tiempos de pandemia, es mucho mayor. Habrá quien vea su calidad y la temporada perfecta que está haciendo en la liga (hasta hoy, 25 partidos y 25 victorias) como un abuso poco inspirador, pero así ocurre también en otras ligas europeas: hay una élite que debe despertar la consciencia de lo competitivo en sus rivales -subir el nivel, año tras año-; aumentar los presupuestos.
El tenis femenino alcanzó su nivel profesional gracias al activismo de Billie Jean King. En su autobiografía, la tenista recordaba que, si una niña no puede elegir un deporte alrededor de los diez años, difícilmente lo hará en un futuro para convertirse en profesional. La presencia del FC Barcelona en la final de la Champions también va de eso. Es el presente de una historia de tesón y éxito, pero a su vez será un espejo en el que muchas más niñas entenderán que sus ídolos (o ídolas) también pueden llamarse Mariona, Kheira o Jenni, y que jugar al fútbol es una forma de estar cerca de ellas.