El Gobierno se chotea de Liga y ACB

No es un tema sanitario.

El sinsentido con el regreso del público a los estadios y pabellones del fútbol y el baloncesto profesionales alcanza cotas esperpénticas. Aunque lo pretendan disfrazar como tal, el problema no es sanitario. Se trata de las dichosas competencias, incompentencias en este caso, que transitan entre las competiciones profesionales que dependen del Gobierno y las no profesionales, que dependen de las Comunidades Autónomas. Si existiese riesgo real para las personas no se permitirían contrasentidos que son un insulto al sentido común. Este mismo fin de semana, Balaídos abrirá sus puertas para albergar 2.500 personas en un Celta B-Cultural Leonesa de Segunda B, pero en el Celta-Levante de anoche estaba prohibida la presencia de público. Igual o más sangrante es que el mismo domingo se abran las puertas a 1.400 espectadores en la Fonteta para ver a las chicas de Valencia Basket y tres horas más tarde obliguen a desalojar la misma instalación para el partido de la Liga Endesa contra Estudiantes.

Doble vara de medir.

El ministro de Cultura y Deportes, más bien lo primero que lo segundo, José Manuel Rodríguez Uribes, que tuvo tiempo para compartir palco en el Godó con más de 1.000 espectadores, no puede, no quiere o no sabe explicar por qué en los espectáculos culturales sí se permiten porcentajes de aforo. Mientras se pasa la pelota con el Ministerio de Sanidad, en Las Ventas los toros congregarán 6.000 espectadores este domingo. Alguien en su sano juicio puede pensar que es más segura la monumental plaza de Madrid que el moderno Metropolitano con sus nuevos accesos y aparcamientos. La solución sería rapidísima si las Comunidades Autónomas tuviesen todas las competencias, pero aquí cada uno quiere sacar su rédito político en lugar de mirar por los aficionados y por los clubes, que están arrimando el hombro durante esta pandemia, más allá de lo imaginable.

Quedadas de aficiones.

La última excusa es que las imágenes de las aficiones del Athletic y de la Real antes de la final copera hicieron mucho daño. El partido se jugó a más de mil kilómetros de distancia. Seguro que es más fácil organizar la presencia de un aforo limitado de público en un estadio que evitar las inevitables concentraciones de aficionados cuando lleguen los ascensos, las salvaciones o las finales. Uno preferiría estar escribiendo del apasionante final de Liga, del último batacazo del Barça y de la sensación de que ninguno va a ganar sus cinco partidos. El Sevilla, de puntillas, acecha. Lástima que el Gobierno impida a los aficionados, al menos a un porcentaje, disfrutar del mejor final de Liga de la última década.