Inglaterra frena la Liga exclusivista
Los propietarios del ‘Big Six’ no son ingleses, son de otros sitios. Gente que se mueve en aviones privados, en palcos privados, en establecimientos exclusivos. No tienen contacto con el exterior, ni siquiera cogen un triste taxi. Y se vieron sorprendidos y abrumados por la reacción del país de cuyos equipos emblema se creían haber apoderado. La respuesta tan extrema, que fue desde el Príncipe Guillermo a la infantería futbolera que obstruyó la llegada del Chelsea al campo pasando por el premier, Boris Johnson, que les calificó de cártel, les abrumó. No habían imaginado eso y decidieron hacer un deshonroso mutis por el foro.
Inglaterra paró la Superliga desde la calle y desde el sentir de sus jugadores y entrenadores. El fútbol nació allí, impregna el espíritu de la sociedad. La queja fue tan fuerte o más desde los clubes favorecidos que desde el resto. Esta iniciativa, nacida de la fiebre ultraliberal que desconoce reguladores y valores, ha chocado con la reacción de un país que valora el fútbol como un pacto deportivo entre caballeros, no como un negocio de crecimiento exponencial. Y ni los propietarios del Big Six han sido capaces de enfrentarse a ello. Tiene algo de romántico esta victoria de la calle sobre esa conjura de hipermillonarios para trastocar el fútbol.
Ya no estaban Alemania ni Francia (¿se puede hacer Europa sin ellas?), ayer siguieron las retiradas, en Italia y en España. A mediodía quedaban el Madrid y el Barça, que con el Betis y el Recre podrían apañar un buen Trofeo Colombino. Ahora pueden entonar la letanía ‘la UEFA ens roba, ho tornarem a fer’, pero mejor sería admitir la sugerencia de Rummenigge, que recomienda moderar los gastos, cosa que visiblemente no han hecho ni el Madrid, metido en un nuevo estadio, ni el Barça, con sus disparates de gestión. Una idea que luce óptima en un pendrive luego te la rechaza la calle por egoísta y sacrílega. Fútbol es fútbol.