En el calendario del fútbol las finales están escritas en rojo. Son días de emociones concentradas y a menudo sirven como excusa para tomar decisiones de largo alcance, como si hubiera un antes y un después. El carácter provisional que este año tiene el FC Barcelona, tras la crisis institucional, el cambio de entrenador y los problemas económicos, le hacía especialmente vulnerable a este tipo de juicios exprés. Desde el primer día el equipo de Koeman parecía un proyecto fugaz y transitorio, y en el centro de esas dudas estaba Messi, con su intención de abandonar el club al final de temporada. Ahora la victoria en la Copa del Rey, a solo ocho jornadas de terminarse la liga más disputada, puede ser el catalizador que resuelva las dudas de Messi.

No es un panorama fácil. El argentino siempre ha dicho que quiere jugar en un equipo con un proyecto de futuro, algo que traducido al idioma del éxito significa pelear por una Champions que hace años que se le resiste. Manchester City o Paris Saint-Germain, pues, ambos en semifinales de la competición, cumplirían este requisito. Pero también la vida nos sujeta porque precisamente no es como la esperábamos. La llegada de Laporta a la presidencia del Barcelona, con un proyecto optimista, junto al despertar de jugadores jóvenes de calidad —Pedri, Mingueza, Araújo, Dest, incluso De Jong y Dembélé— podría hacer dudar a Messi, como permitía intuir la euforia desatada de ayer.

Para el FC Barcelona, no está claro que económicamente sea una solución que el Messi de 34 años siga en el equipo, pues su alta ficha limitaría la llegada de un fichaje estrella, pero el aspecto emocional está por encima. En realidad, también para Messi las emociones pueden jugar su papel en el debate, y quizás deberá decidir si quiere ser el mentor de esta nueva generación de futbolistas, arroparles y darles confianza en su casa —como en su día, hace ya 16 años, hizo Ronaldinho con él— o si prefiere invertir sus últimos años en adaptarse a una nueva liga, un nuevo club, un nuevo país.