Es para matarte

El fútbol está también formado por un conjunto de acontecimientos que no sucedieron. Casi sucedieron, digamos. Pese a ello, poseen tanta relevancia como los que sí ocurrieron, validándose la teoría de que por una parte está la realidad y por otra la irrealidad, que también pasa. En la lista de hechos no sustanciados, en la cumbre, se encuentra la oportunidad clarísima, el gol cantado, que el buen futbolista desaprovecha inexplicablemente. Inexplicablemente porque te parece que hasta tú, que no has jugado al fútbol en tu vida, que desconoces incluso cómo suena un balón al golpearlo, convertirías en gol.

Nadie está libre de ser ese futbolista. Nadie, a lo mejor, es mucho decir. Cuando recuerdas algunas de esas ocasiones falladas, no importa el tiempo que pase, aún te pones malo. En especial si al final tu equipo no ganó el partido. Se te presentan algunos días las mismas palabras que dijiste en directo, con la sangre caliente, al ver que el balón no entraba. Si no contamos el léxico malsonante, producto de la frustración, lo que queda se reduce a un "Es para matarte". A veces piensas si no hay que ser muy buen futbolista, una verdadera estrella, un genio, para coger la ocasión de gol clarísima, arrugarla hasta hacer con ella una bolita de papel, y lanzarla a la papelera, como un loco del baloncesto.

Correa, por los suelos en el partido ante el Betis.

En fútbol nos parece que algunas cosas tienen a su favor que se hacen con un dedo, chas. No pueden ser más fáciles. Sin embargo, lo que uno constata es que la gente, cuando llega la hora, a menudo no sabe hacer chas con el dedo. Es dificilísimo. Supongo que cualquiera tiene las cosas clarísimas hasta que hay que hacerlas. Incluso el sentido de la vida, hasta que hay que vivirla. Hace unos años, un amigo se compró un taladro modernísimo para colgar un cuadro. Pan comido. Era un gol cantado. Su hermano, además, lo guiaba con útiles indicaciones: "Así no", "Pero, ¿qué haces?, borrego", "Mal, fatal, peor imposible", "¿A quién te sales en idiota?". No le quedó más remedio que quitarle el taladro y hacer él mismo el agujero. Entraba un puño por él. Para matarlo.