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Terminado el Clásico, con las camisetas empapadas descansando ya al fondo del vestuario del Alfredo Di Stéfano, me habría encantando escuchar la conversación de cualquier futbolista del Real Madrid con sus propias piernas. Una palmadita al muslo golpeado, un crujir de fibras y las gambas habrían confesado entre suspiros las exigencias de una temporada crudísima. Morir contra Cádiz, Alavés, Levante, Shakhtar o Alcoyano pero resucitar contra Barcelona, Atlético, Inter, Atalanta o Liverpool no es una dinámica al alcance de cualquiera. Zidane dice que el equipo está al límite físicamente y aunque hasta el infierno sonaría dulce en su boca, no cuesta creerle. La lesión de Lucas, pieza fundamental este año, es la enésima prueba para un grupo y un entrenador que vienen dando sobradas muestras de tener un carácter especial para sobreponerse a las desgracias.

Se han escrito muchas tonterías sobre Zidane, pero una de las mayores es el intento de afearle las victorias cuando las consigue a la italiana. Como la anterior liga, como la última muesca en este Clásico del aguacero. Donde otros ven vulgaridad yo reconozco sabiduría para explotar las mejores virtudes de su equipo. Su último Madrid, el del post Cristiano, el que compite sin los recursos ilimitados de la versión 2016, es el sacrificio defensivo, el control de balón de unos centrocampistas privilegiados y el hambre para golpear primero. También cierta cintura táctica, innegable, cuando la situación lo ha exigido. El Madrid sufre cuando se aleja de esas constantes, pero puede llevarse a cualquiera por delante cuando se enchufa a ellas.

Zidane, con Benzema en el Clásico.
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Zidane, con Benzema en el Clásico.GABRIEL BOUYSAFP

No me resulta difícil imaginar a Zidane como una baliza en mitad del mar. Ya venga temporal o mar calmada, su discurso no varía un ápice. El galo riega sus comparecencias, aparentemente intrascendentes y llenas de lugares comunes, con continuas referencias a su libro de estilo. A una fe ciega en la calidad para resolver cualquier problema y el respeto a códigos antiguos como la disciplina y el trabajo. Con ese decálogo sencillo y contra todo pronóstico (el mío el primero) el Madrid se ha plantado en abril con hambre. Les veo para levantar títulos y francamente solo me despiertan una duda. En todas las grandes victorias de esta temporada, los blancos golpearon primero. Ese es el santo grial del éxito en una competición como la Champions y sabemos que el Madrid lo domina. Si consiguen ser igual de fuertes en las malas, que el resto tengan cuidado.