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Pienso a menudo en lo extraño que debe de ser el trabajo de seleccionador de fútbol. No tratas con los futbolistas de forma regular y de pronto se te presentan a la vez un porrón de jugadorazos como le ocurría a la Preysler en casa con sus invitados. Dispones de poco tiempo para acoplar egos, repartir roles, crear un estilo y probar a los nuevos. Y justo cuando empiezas a notar tu impronta en el grupo, otra vez el síndrome del nido vacío.

Muchas selecciones han muerto por exceso de talento, por no saber a qué renunciar. Hace unos días lo veíamos con la selección francesa, campeona del mundo y favorita a todo, cuando se formó un lío con Martial y Mbappé, negándole el saludo el uno al otro en pleno partido como dos divas de instituto. ¿Hasta qué punto fomentas esa rivalidad por un puesto y hasta qué punto puede convertirse tu vestuario en un polvorín? Difícil papeleta para Deschamps. Como decía Antonio Machado: "En el corazón tenía / la espina de una pasión; / logré arrancármela un día: / ya no siento el corazón". Recordemos que tampoco sería la primera ocasión en la que los jugadores de Francia se amotinan contra su seleccionador. Por eso no basta con apilar el talento. Hay que saber gestionarlo. Es un ejercicio de diplomacia y de pasamanería de egos.

Luis Enrique da instrucciones a Ferran.
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Luis Enrique da instrucciones a Ferran.KIRILL KUDRYAVTSEVAFP

La verdad es que a mí lo que me encantaría sería ser el seleccionador de un país ignoto, con el que no tuviera ninguna relación y hasta dudara a la hora de situarlo en un mapa. Ser el nuevo Bora Milutinovic de los banquillos, viajando por ahí como un cónsul decadente, pegando sablazos de federación en federación y acudiendo a torneos internacionales sin demasiada presión. Cuando empatar 0-0 contra tu vecina Jamaica ya se considera todo un éxito. Y si encima ya das el bombazo, como le ocurrió a Hiddink con Corea o con Australia, te puedes convertir en nuevo héroe nacional sin haber ganado nada.

Y es que hay algo hipnótico en eso de ver caer a una selección grande frente a otra pequeña. Lo pensaba por momentos viendo a España perdiendo ante Georgia. Cuando a Thomas Edison se le estaba incendiando su fábrica, avisó a su mujer y a sus amigas para que fueran a presenciar el trabajo de su vida siendo pasto de las llamas porque tal vez no volverían a contemplar un desastre así de majestuoso. Desde Krasnodar siento que hay una llama que nunca termina de apagarse.