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Aunque todos los manuales recomiendan pausa, sosiego y mirada larga para escribir, la mejor gasolina para un columnista son las desgracias, lo inesperado o, directamente, lo extraño. Aunque suene macabro, somos tan afortunados como los enterradores: trabajo no nos va a faltar. El caso es que, mientras pienso en esto, se ha colado en mi cabeza la previa del España-Grecia clasificatorio para el Mundial 2022 y no sabéis cuánto lo agradezco. Qué alivio es volver a la Selección. Mirar la parsimoniosa e interminable construcción del equipo de Luis Enrique. Dejarse llevar por clasificatorios y torneos intrascendentes, treinta jugadores nuevos en cada lista... Pienso firmemente que lo suyo debería administrarse en las farmacias bajo prescripción médica en esta época de demasiadas emociones fuertes. Chúpate esa, Orfidal. Si el mundo estalla que me pille mirando a España como los jubilados miran a los albañiles.

La última polémica de baja intensidad en torno al equipo de todos ha sido su cambio de imagen. Un nuevo escudo para la selección y un moderno logotipo para la institución que, inmediatamente y como cualquier pedo que se tire alguien en este país con cuarenta millones de humoristas, ya es carne de memes. El sentir general es el de que se han tirado un año y medio para diseñar algo que mi sobrino te saca en cinco minutos con el Photoshop. Le pregunté a mi amigo Antonio Pacheco, publicitario desde hace décadas, y me cuenta que ve análisis previo, riesgo y modernidad en el logo, pero qué sabrá. Si le discutimos a Luis Enrique el dibujo sin haber pisado un campo en nuestra vida, qué no haremos con un simple diseñador.

Presentación del nuevo logo de la Federación.
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Presentación del nuevo logo de la Federación.Pedro GonzálezDIARIO AS

A mí el logo me gusta, pero, sobre todo, me inquieta. Porque los símbolos, en realidad, no son nada hasta que sus dueños los llenan de contenido. Dicho con otras palabras, a este círculo aséptico que bien podría ser el felpudo en un chaletazo diseñado por la Bauhaus lo vamos a amar u odiar en función de lo que haga Luis Rubiales. Si periódicamente vuelve a aparecer el barro o el mal gobierno por los titulares, todo quedará en lo que parece, en lo mismo que aquella Supercopa salvadora de los derechos humanos en Arabia Saudí: en un intrascendente ejercicio de publicidad.