Yes, you can't

Comienzo con una confesión: no soporto a los coaches, esa gente que además de darte lecciones, te cobra por ello. Uno de mis planes de futuro es escribir un libro titulado "Yes, you can't" (Sí, no puedes) que sea algo así como el manual definitivo contra el coaching.

Quiero justificar mi manía: estudié filosofía y la filosofía es lo opuesto al coaching. La filosofía ni cura ni hace feliz. Eso es algo de lo que cada día estoy más convencido. El conocimiento procura más desasosiego que dicha. Este es, al fin y al cabo, un universo desconcertante. La filosofía es como la pastilla roja que Morfeo ofrece a Neo en la famosa escena de Matrix: una manera de despertar de un sueño tranquilo. La búsqueda de la verdad es una manera de profundizar en la desventura.

Dicho en una cita de esas para subrayar: "La verdad nos hará libres, pero antes nos hará miserables". La frase no es mía, ojalá, sino de alguien con apellido de gato: James A. Garfield.

Varios jugadores del Huesca se lamentan.

El coaching es, por el contrario, la pastilla azul. Una suerte de verdad descafeinada de usar y tirar dependiendo de las circunstancias. Un remedio que te tomas cuando te sientes mal y cuyo objetivo es que se te pase pronto la nausea existencial. Sin embargo, para dar brillo a sus discursos de quita y pon, los coaches tienen la fea costumbre de citar a los nuestros: a Nietzsche, a Kierkegaard, a Schleiermacher. Decidme si no es para tenerles tirria.

Hay un tipo de coach que llevo aún peor: el deportivo, ese que extrae lecciones del deporte para llevarlas a la vida. A mí eso me parece ya el colmo: que un tipo te diga que todo es posible porque su equipo venció una vez al Real Madrid, en una tarde aciaga de los blancos. Sin embargo, sí que creo que el deporte puede enseñarnos algo. No a superarnos, no. Algo mucho más importante que traspasar metas. Nos enseña a saber perder. Cualquier equipo o deportista, el que sea, cae derrotado muchas más veces de las que gana. La derrota es lo habitual, el triunfo un acompañante pasajero. Suena a frase de coaching, pero, creedme, es una verdad filosófica.