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Bale no ha resucitado

Resucitar no es sencillo. Tampoco es imposible. Hay documentación y testimonios, con la credibilidad que ustedes quieran darles, que hablan de dos casos de resurrección. Pero volver a la vida es un ejercicio tremendamente complicado. No en vano, desde aquellos sucesos divinos nadie lo ha vuelto a hacer. Nos pongamos como nos pongamos. Cuando el ordenador se bloquea repentinamente y, siguiendo el primer mandamiento de los amigos técnicos, lo reiniciamos y de nuevo opera con normalidad, exclamamos con júbilo mesiánico “¡ha resucitado!”. Pero mire usted, no. No ha resucitado. Se ha producido algún ajuste técnico o se ha limpiado un determinado error pendiente, pero no ha vuelto a la vida por la sencilla razón de que no estaba muerto. Lo mismo sucede con el teléfono móvil, la televisión, el mando a distancia cuando se le cambia la pila o con Gareth Bale. No, Bale no ha resucitado. Nunca ha estado muerto. Es probable que se haya puesto otras pilas, que haya dejado de hibernar (como los ordenadores, por cierto) o que se haya despertado de un largo letargo. Pero la resurrección implica una muerte anterior y el galés no estaba muerto (no caeré en el chiste fácil).

Admitamos que en el fútbol hemos abaratado el término. Cada semana hay una resurrección. Si escrutamos concienzudamente todos los medios, puede que hallemos una resurrección cada tres días, los que van de un partido a otro. Lo extraordinario se ha vuelto ordinario. “Juegue 90 minutos y si usted lo hace de manera notable y ante un rival aseado se lleva la felicitación de sus compañeros, el guiño de su entrenador y un documento sellado con su resurrección. Ventanilla 5, al final del pasillo, a la derecha”. Kaká hizo ese recorrido, el que va de la muerte futbolística a la derecha del Ser Superior, en numerosas ocasiones. Hazard ya tiene en su poder un par de estos salvoconductos de gloria, pero ya ha recibido la notificación de que debe renovarlos. Algo que parece haber hecho Bale, que abandona la fila con la coleta alta y enseñando los dientes. Pero resucitar posee carácter divino. Es algo más que marcar dos goles al Wolfberger o al Burnley

No podemos obviar lo obvio. Bale ha podido reencontrarse consigo mismo. Tras unos meses en la que fue su casa, y después de algunas banderillas de fuego de Mourinho, el galés parece picado en el orgullo y eso es lo que hace que un enorme jugador sea extraordinario. Bale es rico, y no hablo de su cuenta bancaria. Tiene grandes posesiones futbolísticas: un físico descomunal, una carrera de purasangre, facilidad para el gol, calidad.... Pero si el rico es perezoso a la hora de trabajar las aptitudes del pobre (compromiso, trabajo, sudor, dignidad o pundonor) se instala en lo vulgar, un Rólex en un cajón. Ahora, en su mano está darle continuidad y certificar su regreso al fútbol o seguir cultivando su fugacidad. En el Madrid rezan por que el de Cardiff no sólo pase página sino que queme directamente la librería, recupere su empeño sobre el césped y su caché. De una venta de Bale y del ahorro de su ficha astronómica dependen que el sueño de fichar a Mbappé o el deseo de tener a Haaland sean realidad. Resucitar a los Galácticos. Aunque ya saben ustedes que la resurrección no es algo sencillo.