En cama ajena
Los vaivenes de un calendario al límite han provocado que, con la victoria de anoche frente al Rayo Vallecano, el Barça haya completado un mes de enero inaudito. Ocho partidos jugados fuera de casa y en tres competiciones. No creo que semejante situación se haya dado antes y por ello es digna de análisis. Es cierto que en tiempos de pandemia, sin público en las gradas, el factor campo parece menos decisivo, pero tampoco puede obviarse el lastre de no poder jugar en un entorno habitual: algo así como dormir en cama ajena, durante ocho noches, y además cambiando de colchón cada vez.
De esos ocho partidos, destacan las cuatro victorias seguidas en la liga. Aunque no se vea una gran mejoría en el juego de los azulgranas, permiten detectar algunos indicios de cambio. Por de pronto la tendencia ya no es la de una montaña rusa bipolar, sino que ahora se ganan partidos por la mínima, sufriendo si hace falta, cuando hace poco se empataban o perdían con claridad. El cambio de estilo aceptado por Koeman también ha dado buenos resultados: sin la fijación constante por el doble pivote, jugadores como De Jong o Pedri han crecido en el centro del campo. Incluso las largas lesiones de jugadores importantes como Ansu Fati, Piqué o Sergi Roberto tienen su lado positivo, ya que han alumbrado el talento de Araújo y Mingueza, y han elevado la confianza de Dembélé, más serio y comprometido con el equipo.
Todo está muy tierno para darlo por consolidado, pero parece que los de Koeman por fin tienen a favor algo que parecía imposible: la fuerza de la costumbre, la inercia de ganar, crecida además en campo contrario. Puede que no sea suficiente para ganar títulos, o superar la eliminatoria contra el PSG, pero quizá sirva para revertir una tendencia de los últimos años desastrosos. Con Valverde, con Setién, el equipo solía ganar gracias a Messi y su influencia superlativa. Ahora, en cambio, empieza a intuirse una situación deseable: que la influencia de Messi sea, de nuevo, la culminación del juego de equipo.