Jugar en la nieve
El temporal de nieve que ha afectado a la península ha dejado una larga lista de damnificados. Las jugadoras de fútbol del FC Barcelona protestaron porque la Federación les había hecho viajar a Madrid el viernes, pese a saber que era muy probable que se suspendiera el partido contra el Madrid CFF —como así fue—. Asimismo, Zidane y varios jugadores del Real Madrid se quejaron de que LaLiga les había obligado a viajar a Pamplona y jugar el partido contra Osasuna del sábado. Es cierto que el país no está preparado para las grandes tormentas y se producen situaciones complicadas, pero no es menos cierto que, cuando se trata del fútbol, cada cual lo interpreta según sus intereses. Zidane se escudaba en el mal tiempo para justificar otro partido insuficiente del Real Madrid, obviando —tal como sí apuntaba Kroos— que al fin y al cabo Osasuna había jugado en las mismas condiciones.
Las suspensiones por la pandemia, los jugadores aislados por contagio, las lesiones por falta de ritmo, y ahora las inclemencias del tiempo, están convirtiendo esta temporada en una carrera de obstáculos para todos los equipos. Unos por jugar y otros por no poder hacerlo, las excusas acaban siendo un refugio fácil, pero también inútil y contrario a lo que es la esencia del fútbol: espontaneidad, diversión, juego, sorpresa, imprevisto.
Volviendo a la cuestión meteorológica, he visto partidos de fútbol americano que se jugaban en plena tormenta de nieve y uno casi esperaba que apareciera de repente un trineo tirado por los perros de Jack London. He visto partidos de rugby en Inglaterra en que el barro convertía a los jugadores en hipopótamos sonrientes dentro de su charca. Charles Dickens escribió que cada copo de nieve lleva dentro un recuerdo de nuestra infancia. Mientras se pueda viajar, mientras el césped no sea una pista de patinaje y el balón siga rodando, los partidos deberían jugarse como un homenaje a esas tardes de domingo en que los niños jugábamos en la calle hasta que oscurecía, ajenos a lo que caía del cielo.