El Barça está en los huesos
Estando, en el mejor de los casos, acogotados perdidos por la tercera ola y sus consecuencias, un domingo por la noche hay fútbol. Y es una final. De la Supercopa, pero una final. Sabiendo que el Barça viene de donde viene -la nada- y que el Athletic acaba de contratar a Marcelino y tampoco está para fiestas, la predisposición a la hora de encarar el partido desde el sofá es la de ‘a ver si es divertido’. Y tampoco. Las precauciones, el telele, de los dos equipos hacen que sea imposible cualquier atisbo de alegría, de divertimento, en la final. Está el suspense del resultado; Griezmann marca primero en el 40’ -y baila ante su cámara, claro- y a los dos minutos De Marcos empata. Cualquier chispazo puede inclinar la balanza y el tanto anulado a Raúl García por fuera de juego le añade tensión. Pero diversión, cero.
Nos acostumbramos a todo. A no salir a la calle, a salir sólo durante unas horas, a no vernos, a no abrazarnos, a la angustia, a la incertidumbre y a los estadios vacíos. Y en esta ausencia de expectativas bajamos tanto el listón que corremos el riesgo de dar por bueno lo de que ninguna manera lo es. Tenemos tantas ganas de ilusionarnos que nos agarramos a lo que sea. El héroe de la semifinal fue Ter Stegen, que frente al Athletic el único trabajo que tuvo fue el de sacar el balón desde dentro de su portería. Y hasta Griezmann, incapaz de descolgarse el cartel de bulto sospechoso desde que llegó, que estuvo indecente ante el Eibar hace tres semanas y lanzó un penalti a las nubes hace cuatro días, parecía que iba a ser el protagonista de la final hasta que Villalibre empató en el 89’ porque el Barça no está ni para defender en condiciones un saque de falta cuando el partido agoniza. ¿Y Messi? Pues jugando la prórroga tocado y con la velita puesta de ‘a ver si se le ocurre algo’ hasta que en un ataque de frustración soltó un manotazo que le costó la primera tarjeta roja de su carrera. Este Barça, pobrete, está en los huesos. Ya es hora de aceptarlo.