Derbi con dueño y agudas consecuencias

El derbi madrileño se disputó en la triste atmósfera de un campo vacío, pero dejó ruidosas consecuencias en los dos equipos. El Real Madrid confirmó su veloz crecida con una victoria inapelable, de gran valor en la clasificación de la Liga y de constatación de las posibilidades en el juego, señales apenas emitidas hasta hace una semana. Salió pletórico del partido, con el ánimo hinchado, la voluntad de combatir por el título y la certeza del daño que había infligido al Atlético, detenido a las puertas de lo que se presumía una carrera en solitario hacia el campeonato.

Aunque las consecuencias en el Atlético están por ver, el derbi supone un giro en la percepción del equipo. La modifica menos en la clasificación (es la primera derrota en esta Liga) que en las heridas que le dejó el partido. Fue inferior al Madrid, no encontró respuestas a las dificultades en ningún momento, de nuevo convirtió en ficticio el relato mediático de un Atlético expansivo y abrió dos inquietantes grietas para el debate: la temprana sustitución de Joao Félix, el jugador de la temporada hasta ahora, y la titularidad de Luis Suárez, castigada además por un planteamiento que acentuó las dificultades físicas del veterano delantero uruguayo.

El Madrid hizo humano al Atlético, hasta ahora invulnerable en la Liga, apoyado en una mística que había calado en el periodismo y en los rivales. Se hablaba de un Atlético expresivo cuando atacaba y hermético cuando defendía. Funcionaba mejor como narrativa que en la realidad. La sucesión de victorias en España no se correspondía con las dificultades en Europa. En la Liga había ofrecido buenos partidos, buenos, discretos y malos (Huesca, Villarreal, frente al Valladolid en la primera parte…). Era el equipo fiable de toda la vida, con más energía que los demás y una notable colección de jugadores en el apogeo de sus carreras, que no es poco.

Ocho días, los que van de la trabajosa victoria en Sevilla hasta el rotundo éxito en el derbi, han derivado en la nueva percepción que ofrece el Real Madrid, con el mismo riesgo de exageración que ha ocurrido alrededor de su vecino. Su despliegue contra el Atlético fue magnífico en todos los aspectos: seguro y preciso con la pelota, brillantemente conducido por Kroos en una actuación impecable y por Modric en la enésima demostración del jugadorazo que es, firme como nunca en el capítulo defensivo (el regreso de Sergio Ramos ha operado maravillas en Varane) y con la garantizada creatividad que significa Karim Benzema.

El lateral derecho marcó uno de los dos goles. El medio centro, el otro. Ese dato completa la idea de una gran noche colectiva del Real Madrid. Jugó como se espera del Real Madrid y desorientó al Atlético, con tres centrales para marcar a Benzema, el único delantero, y Luis Suárez abandonado a su suerte, lejos de sus replegados centrocampistas y de Joao Félix, que no sabía si ponerse a servir o tomar criada. Lo requería el frágil medio campo por un lado y las gastadas piernas de un delantero condenado al naufragio solitario.

El mensaje del Real Madrid es evidente: abre la ruta para combatir por el título y despeja el desagradable ruido mediático que soportaba Zidane. El técnico francés ha tirado por la vía básica, con una alineación de veteranos que tienen poca competencia interna y la naturalidad alimentada por la clase de Modric, Kroos y Benzema, el vigor de Carvajal y la tenacidad de Lucas Vázquez, el liderazgo de Sergio Ramos y las aportaciones todavía irregulares de gente como Vinicius y Rodrygo.

En una semana, el Real Madrid ha utilizado lo básico para funcionar como un reloj. La mejor noticia para el equipo ha radicado en el salto de atención.

Equipo con picos y valles tanto en cada partido y como durante el recorrido del campeonato, el Madrid por fin ha completado excelentes actuaciones del primer al último minuto. Las consecuencias saltan a la vista. Reviven las expectativas dormidas. Todo eso lo ha recuperado en un soplido. Le toca demostrar la parte más difícil: la fiabilidad cotidiana en la Liga, asignatura que no se aprueba en tres buenos partidos.