¿Dónde está Wally?
Encontrar al Real Madrid requiere la misma minucia que buscar a Wally. Es difícil detectarle en sus muchas y mareantes versiones. Ha derrotado a Sevilla, Barça y en dos ocasiones al Inter de Milán. Tres de esas victorias se han producido fuera de casa, con todo merecimiento. Es la vertiente eficaz de un equipo con fuste. No impresiona pero tiene el empaque necesario. Ese Madrid se disipa hasta desaparecer en la niebla. Ha perdido en Valdebebas con Cádiz y Alavés. En la Copa de Europa, el Shakhtar Donetsk le ha ganado en los dos enfrentamientos de la fase de grupos. ¿Dónde está el verdadero Real Madrid en esta ensalada de resultados, tan contradictorios como su desempeño en los partidos?
Todo indica que el Real Madrid funciona mejor frente a los equipos de prestigio que ante los rivales más accesibles en apariencia. Lo dice la estadística, pero no explica ni de lejos el racheado comportamiento del equipo y las decepciones que le han colocado en una situación delicada en la Liga y en la Copa de Europa. Un tópico pretende justificar su querencia por las emociones fuertes: caminar y sobrevivir en el alambre. Se habla de un Madrid comprometido en los momentos difíciles, pero ningún buen equipo se acerca alegremente al abismo por vicio. Los buenos equipos son estables y reconocibles, algo que por ahora no ocurre. No ha sucedido en casi ninguna de las últimas temporadas.
Ganó la Copa de Europa en 2018 después de un desastroso recorrido en la Liga y en la Copa. El pasado año llegó al confinamiento en segunda posición, por detrás del Barça más decepcionante en muchos años. Se recuperó en la soledad de Valdebebas, con un sólido ejercicio defensivo y más puntería que juego. Esta temporada no es muy novedosa en este aspecto. Es el equipo inestable del que nadie sabe qué esperar. Si los equipos de renombre son presas adecuadas para el Real Madrid, es lógico pensar en el reverso: ¿por qué se estrella contra rivales de menor jerarquía? Se acusa a Zidane y su staff de no preparar convenientemente esta clase de partidos. Cómo coartada mediática se habla de la tremenda fatiga que significa jugar cada tres días en España y en la Copa de Europa. No hay tiempo suficiente para descansar, ni para planificar los duelos con equipos que sólo disputan un partido por semana, pero la coartada es débil.
El Madrid sabe desde hace décadas que ésa es su obligación y para cumplirla dispone de dinero y jugadores en abundancia. No es el único equipo que juega dos competiciones a toda mecha. Algunos, el Atlético por ejemplo, se manejan de maravilla cuando regresan a las mundanas tareas de la Liga. Algo distingue a los rivales del Real Madrid, aparte del historial y el presupuesto: la propuesta.
Las decepciones han llegado frente a equipos de corte defensivo o muy defensivo, bien estructurados en este capítulo y con buen ojo para el contragolpe. En este caso, cuando es necesario imponer la jerarquía, el Madrid se desordena, se atora y concede. Se vuelve débil. El cambio de registro se produce en victorias como la que obtuvo en el Sánchez Pizjuán o en el Camp Nou. El Barça y el Sevilla le atacaron, o le plantearon un partido sin complejos defensivos. El Madrid respondió con un grado de atención casi desconocido cuando se mide con adversarios especuladores. Fue superior al Sevilla en el primer tiempo y se aceptó como resistente en el segundo, con tan sólo un 30% de posesión.
Más corto, atento y ordenado, resignó la posesión para aguantar al Sevilla, que no tuvo banda izquierda, ni un estratega a la altura de su añorado Banega. La victoria llegó en un momento crítico, en vísperas del enfrentamiento con el Borussia Moenchenglabach, que no tiene el predicamento del Barça o del Inter, pero apunta más alto que Shakhtar, Cádiz o Alavés. ¿Qué versión del Madrid se verá? Quien lo adivine habrá encontrado al Wally del fútbol.