Modric, por amor de Dios
Antes incluso de que el Real Madrid comenzara su partido del Sánchez Pizjuán, ya tuve la necesidad de abrir esta ventana para rogar, para implorar. Al club, en concreto. Es costumbre en la televisión oficial que en las previas de los encuentros recuperen vídeos de temporadas anteriores para ensalzar el trabajo y las estadísticas de algún jugador. Este sábado le tocó a Benzema. Los compañeros de Real Madrid TV loaron con su habitual vehemencia las actuaciones del francés contra el Sevilla. Sus nueve goles en 19 encuentros... En la mayoría de las imágenes, junto a él, en el plano, aparecía Cristiano. Levantando la mano, tirando desmarques a la espalda de la defensa, esprintando, inoculando ardor al equipo y celebrando. Y ahí estaba yo, delante del televisor, con la misma mirada nostálgica que se te pone cuando piensas en el pan con chocolate. Por eso, aquí va una solicitud formal a la entidad y, en particular, a los responsables del canal oficial: por motivos de salud les pido que eviten proyectar imágenes de partidos entre 2009 y 2018. Cada vez que veo a Cristiano marcar goles con la camiseta blanca, a continuación percibo una clara reducción de densidad capilar. Me quita años de vida. Porque luego se acaban los vídeos y el presente abofetea: este Madrid no tiene gol, marcar se ha convertido en un parto con cesárea. Volvió a ser evidente en Sevilla.
Dijo Zidane tras el triunfo en San Siro contra el Inter que cuando el equipo se tiene que poner, se pone. El Pizjuán era uno de esos escenarios y los jugadores trabajaron, se comprometieron, se juntaron, se ayudaron y ganaron… porque el balón de Vinicius se lo metió Bono en su propia portería. Una cosa es ponerse, remangarse y pintar un buen juego, y otra rematar la obra. Ese es el trastorno del Madrid y no es mal de un día, sino que le aflige desde hace dos años, desde que Cristiano hiciese las maletas y en ella empaquetara los goles. Perdonen, soy consciente de que leen este diagnóstico con cierta regularidad, pero si acudes al médico y luego no aplicas el tratamiento, la enfermedad se agrava. Los recursos del equipo son los que son y las angustias arriba son manifiestas. No descarto que un día Zidane, en pleno partido, se vuelva hacia Bettoni, asienta, mire al palco y eche mano de Butragueño para que meta en la portería rival los balones que desvía delante de los micrófonos. De ahí que un servidor sufra viendo en la pantalla a Cristiano como arma blanca, rememorando ese pasado pletórico delante de un espejo que saca todos los defectos.
Pero acabó el partido de Sevilla y la incredulidad era más fuerte que esa melancolía goleadora. En este punto adjunto mi segunda petición al club. Como ese mendigo del que hablaba Eduardo Galeano, que iba por el mundo y los estadios, sombrero en mano, suplicando una linda jugadita por amor de Dios, quien esto escribe implora un año más para Modric. Acaba contrato en junio y todavía hay quien se resiste a renovarle. Al menos, un añito más por amor de Dios. No sólo porque el croata, a sus 35 años, se muestra más enérgico que muchos de sus veinteañeros colegas de vestuario a pesar de acumular más kilómetros que ellos. No sólo porque sigue sacando la pelota con la delicadeza de siempre. No sólo porque corta y confecciona como nadie en este Madrid. No sólo porque es igual de diferencial en la estética que en la estadística. Sino también porque es el jugador que mejor representa los valores de un fútbol cada vez más ruidoso y tribunero. Luka se comporta en el césped como vive fuera de él: sin estridencias ni populismos, con una honestidad y un compromiso para ponerse al servicio del resto que le engrandece. Es un crack vestido de hombre de calle, sencillo, y no hay nada más complicado que eso. Un añito más, por amor de Dios. Yo no soy Soldado de Modric, soy Mendigo de Modric. Porque no deseo verme el próximo año delante del televisor, repasando vídeos de sus pases con el exterior y añorándole como a Cristiano o al pan con chocolate.