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Del desafinado a la música celestial

Media hora sensacional colocó al Real Madrid donde merecía en San Siro, escenario adecuado para su rehabilitación y para el recuerdo a Diego Maradona. En el mítico estadio milanés, Maradona libró algunos de sus grandes proezas con la camiseta azzurra del Nápoles, tanto contra el Milan de Sacchi como contra el Inter. El Madrid estuvo a la altura del recuerdo del genio argentino. Su primera parte fue intachable, hasta el punto de producir una rara paradoja. Jugó mucho mejor contra 11 que frente a 10. Reducido por la expulsión de Arturo Vidal en el minuto 33, el Inter tiró de orgullo para aguantarse en el partido y complicó más de la cuenta la victoria madridista.

El fútbol invita a la extrañeza. El mismo equipo que se alineó y defraudó contra el Villarreal, brilló frente al Inter, un giro copernicano al que resulta difícil encontrar explicaciones. ¿La imperiosa necesidad de victoria? Quizá, pero esa misma obligación podía atorar al equipo, volverle especulativo, proponer la seguridad defensiva sobre la ambición ofensiva. ¿El influjo fetichista de la Copa de Europa? Es posible, pero ese magnetismo no se vio en ninguno de los tres partidos anteriores. ¿Novedades tácticas? Tuvieron que ser tan sutiles que no se advirtieron. El Madrid jugó con el mismo dibujo y los mismos actores, pero infinitamente mejor.

Sin Sergio Ramos, Casemiro y Benzema, el equipo jugó con empaque, autoridad y finura. Estas cualidades fueron muy relevantes con la pelota en los pies, que parecían interpretar cada jugada con una elocuencia rítmica, precisa y elegante. Nada sobraba, ni nada faltaba en cada pase. Sólo se echó de menos la contundencia para añadir un par de goles al penalti transformado por Hazard.

Fue una noche de especial rehabilitación para Nacho y Lucas Vázquez, dos frecuentes paganos de las malos partidos del Madrid, no porque su responsabilidad o sus actuaciones sean mejores o peores que las del resto. Nacho y Lucas Vázquez son dos futbolistas de la casa, extraordinarios profesionales que no tiene pretensiones de estrellas, pero tienen una trayectoria y una fiabilidad más que acreditadas, internacionalidad incluida. Se acude a ellos cuando los problemas son graves, por lesiones o sanciones en la plantilla. Entran y salen del equipo sin ruido, entregados a la causa general del club, sin provocar la menor agitación en el entorno.

Nacho y Lucas Vázquez han rendido fenomenales beneficios, a veces trascendentales, basta recordar el solitario y ganador gol del defensa al París Saint-Germain en un partido donde el equipo francés estaba borrando del mapa al Madrid. Cómo olvidar lo que significó el penalti a Lucas Vázquez en el último minuto de la eliminatoria con la Juve, con el Madrid hecho pedazos al borde de la prórroga. La indiscutible contribución de ambos ha merecido aprecio, no admiración. No son estrellas, proceden de la cantera, no se les concede ni tiempo ni el beneficio de la duda: resulta fácil criticarles.

Nacho y Lucas Vázquez tienen buenos y malos partidos, como todos. No tienen cartel, en cambio. Están obligados a jugar cada encuentro como si fuera el último, sin errores. De lo contrario no se les absuelve. En San Siro fueron decisivos en la victoria y en el fenomenal despliegue del equipo, sostenido por la inteligencia y clase de Modric, Kroos y Odegaard, sin despegar todavía el noruego en una de sus principales cualidades, su poderosa conducción y la exactitud filtrando pases en movimiento.

Ayudaron también la pujanza de Carvajal y la velocidad defensiva de Varane. En términos generales, el Madrid fulminó al Inter con un fútbol de gran altura. La expulsión de Vidal cambió el registro. Fue superior al equipo italiano, pero manifestó defectos habituales: la tendencia a perder gas en el partido, la dificultad para completar un gran partido del primer al último minuto, su permisividad defensiva cuando los rivales suben la marea. Son cuestiones que el Real Madrid no termina de despejar, pero de San Siro salió con las mejores vibraciones posibles.