Vacuna o placebo
Parecía feliz el Espanyol hace apenas algo más de dos semanas, lanzado al ascenso directo, con el segundo a cuatro puntos, 16 goles en contra y solo dos recibidos. Con la dupla Embarba-De Tomás repartiéndose goles a pares. Y con la impresión de que, en tiempo récord, el equipo había experimentado una milagrosa metamorfosis, bajo la batuta de Vicente Moreno, solo cuatro meses después de sellar el descenso en la peor temporada de su historia. Lo parecía. Pero las apariencias engañan.
En Leganés sufrió la más contundente de sus derrotas –la segunda consecutiva– ante un rival tan directo que por primera vez abandonan los pericos no ya el liderato sino las plazas de ascenso directo. Sin embargo, lo peor no fue el resultado, ni la racha de un punto en las tres jornadas últimas, sino la sensación de un ‘déjà vu’ hacia tiempos tan terribles como lamentablemente cercanos. No es el qué, sino el cómo.
Compareció sobre el césped de Butarque un Espanyol que poco tenía que ver con el de las primeras jornadas, a pesar de que el plan B de Moreno –quitando a Melendo y recuperando a Mérida y Puado– era en realidad el plan A, el que había funcionado en esos compases iniciales de LaLiga. Muy plano, previsible, inconexo entre líneas y solo capaz de acercarse a la meta de Cuéllar a balón parado. La tuvo Embarba pese a todo.
Enfrente, impuso el Leganés el dominio y la concentración propias de lo que se estaba jugando, uno de los choques a priori más elitistas de la temporada. Bien plantado, ingenioso tras el robo, con rutas alternativas, atajos, con desequilibrio y esa capacidad de sorprender que parece aletargada en el Espanyol. Y todo ello, antes ya del 1-0.
Porque en esa acción, y en lo que acabó de suceder antes y justo después del descanso, se acabaron de desnudar las carencias pericas. Entre Mérida y David López dieron vía libre a los pepineros para avanzarse en el marcador. Y, casi sin tiempo para reaccionar, Miguelón desatendió la amarilla que ya pesaba sobre su espalda para cometer otra falta de tarjeta, probablemente hasta fortuita, pero punible al fin y al cabo. Por si la misión de remontar en inferioridad numérica no se antojara suficiente utopía, el pasillo que propició el 2-0, en la reanudación, fue digno de regalo de acción de gracias.
Lo que ocurrió después no fue más que gas desbravado. Ni siquiera creyó en el imposible un Vicente Moreno que a los 66 minutos ya había sustituido a De Tomás, por ejemplo. Lo peor no fue la derrota, la segunda parte echada a perder, sino la imagen que transmitió un Espanyol que, al fin y al cabo, jugaba de entrada con casi todos los protagonistas del descenso, salvo dos: el causante inicial del 1-0 y el que los dejó con diez.
Tras el empate en Fuenlabrada por un error de su seguro de vida, Diego López, la remontada en contra del Girona en los minutos finales y esta derrota sin paliativos en Leganés, y aun con el beneficio de la duda de 11 jornadas que sí fueron dignas de un ascenso directo, da síntomas el Espanyol de haber vuelto a las andadas, de haber resucitado a los fantasmas de sus peores pasajes, de que la vacuna de la ilusión, el hambre, la mentalidad ganadora y la felicidad que parecía haberle inoculado Vicente Moreno era en realidad un simple placebo. Tiempo tiene para curarse, pero siempre antes de que el mal se haya vuelto crónico.