Los hombres tranquilos
Entre las muchas razas de futbolista, hay dos en peligro de extinción que aprecio especialmente: los que llegaron porque no hay nada que les apasione más y aquellos conscientes de que no hay nada en la vida que sepan hacer mejor. Sabedores ambos de que su único lugar en el mundo es un campo de fútbol, siguen pensando que retirarse a tiempo no es una victoria, sino solo un adiós antes de tiempo. El resto de su vida es un problema.
En tiempos, los futbolistas retirados que no valían para míster acababan montando un bar o una tienda de deportes y sobrevivían en fuera de juego. Hoy, esa resistencia a la retirada, cuando los exfutbolistas se reubican en múltiples tareas (los cuerpos técnicos se han multiplicado por siete, hay futbolistas en las directivas, en los servicios médicos, en los medios) sigue inspirando dramas. El tránsito hacia su segunda vida es conmovedor, el mejor argumento para cualquier ficción sobre fútbol, el adiós a una pasión, el fin de los buenos tiempos. Dice mucho de un futbolista cómo afronta su despedida, porque no es una jubilación cualquiera. Para mis elegidos, es una muerte en vida. Con dinero, pero sin alma.
La mayor alegría de estos últimos meses de fútbol encarcelado me la ha dado uno de esos finales de película. Un milagro, algo inédito desde que los futbolistas son multinacionales de sí mismos. El síndrome de El hombre tranquilo, ese volver a casa a devolver al club del que saliste todo lo que te dio, se había ido perdiendo: nadie quiere jugarse su prestigio. Yo soñaba con que Villa volvería al Sporting como hizo Quini regresando de entre los finados para, justicia poética, ganarle un pulso a Núñez y marcar uno de los goles más bellos de su carrera a sus exazulgranas. No fue el Guaje, ha sido Charles, que ha vuelto a Pontevedra a abrir un bar de goles en el área de Pasarón. Me duraba aún la sonrisa cuando Sergio García y Joan Verdú firmaron por la Montañesa, en Tercera. Jugadores de barrio, amigos del Espanyol, reencuentran su origen. Como Sean Thornton de regreso a Innisfree, celebremos el golpe de pasión que nos devuelve a la vida.