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VAR más David Elleray igual a catástrofe

Cuando se empezaba a hablar de arbitraje con apoyo tecnológico, escuché y leí muchas veces que el fútbol se oponía a eso porque haría desaparecer la polémica. Opiniones en general ajenas al fútbol, que llevaban implícita la acusación a los futboleros de disfrutar rebozándonos en el lodazal de la polémica. Bueno, pues ya se ve lo que quedó de eso. El VAR no ha quitado la polémica, la ha agriado. Cuando el árbitro acertaba o se equivocaba por las buenas, había una escapatoria: no lo habrá visto. Pero ahora, cuando pasa algo que a uno no le conviene, suena a recochineo. Y como no ha quedado para las jugadas flagrantes, pasa lo que pasa.

Y lo que pasa es que Lenglet agarra a Sergio Ramos hasta el punto de deformarle la camiseta y siempre habrá quien se refugie en que los córners y faltas al área están llenos de agarrones y tendrá razón. Y entonces está lo de cuándo y por qué interviene el VAR, una pregunta teológica. Hace poco al Cádiz le birlaron un penalti cuando un delantero fue arrollado en el área como un mozo por una vaquilla en el encierro: ayer le anularon un gol a Negredo por fuera de juego por un flequillo de un jugador que no tocó el balón. Ayer le pitaron un penalti a Djené por una entrada nada lejana a la que le hizo Casemiro a Messi en la víspera.

El VAR sugiere cada semana las seis preguntas sagradas del periodismo: ¿quién, qué, cómo, cuándo, dónde y por qué? Sólo responde a la primera: ¿Quién? El VAR, y punto pelota. Lo demás es nebulosa, por más que cada equis meses Velasco Carballo salga con su retahíla de porcentajes. Pasa que el VAR se inventó para lo gordo y para cada cual lo gordo es lo suyo y lo flaco, lo del otro. Y encima nos ha llegado cuando anda suelto David Elleray, director técnico de la IFAB, aprendiz de brujo, enfermo de adanismo y de diarrea mental, que emite cada año revisiones y reinterpretaciones que marean a los árbitros y desconciertan al aficionado.