La Vuelta más difícil

La Vuelta ya se había disputado en primavera, en verano… y ahora se celebrará, por primera vez, íntegramente en otoño, una estación que ya había pisado de refilón en otras ocasiones. La pandemia empujó hacia atrás el calendario para salvar las principales carreras, aquellas que garantizan el motor económico de organizadores y equipos, y a la ronda española le tocaron las fechas más lejanas, el cierre de una atípica temporada señalada por el maldito virus. Como la vida misma. Al igual que otros eventos deportivos, el ciclismo huyó de los meses más trágicos de contagios, siempre con la esperanza de que en estos días se hubiera aclarado la oscuridad que invadía el mundo. Nadie podía imaginar que, justo en esta época, Europa anduviera inmersa en una segunda oleada que ha disparado otra vez el número de infectados. Dentro de la preocupante situación general, hay una parte buena: la humanidad conoce ahora mejor al enemigo. No lo tiene dominado, ni mucho menos, pero sí sabe fórmulas para combatirlo sin que el planeta se tenga que congelar de nuevo. O eso nos gustaría pensar.

El ciclismo es un deporte difícil, una ciudad ambulante que se mueve cada día. El Tour partió de Niza con una incógnita: ¿Llegará a París? Y llegó. El Giro salió de Sicilia con idéntica duda: ¿Llegará a Milán? Y el viaje está costando más, con dos favoritos ya eliminados. La Vuelta sigue ahora el mismo camino: ¿Llegará a Madrid? Y la respuesta es igual de incierta. Roglic ha revelado que los protocolos son más estrictos. Unipublic ha pactado las medidas sanitarias con las nueve autonomías de paso y Francia. El cierre anunciado este lunes por Navarra está salvado para la etapa del miércoles. A la par ha lanzado una campaña para que el público se quede en casa. El ciclismo pierde así una esencia de su deporte, pero no queda otra. Se han tomado todas las cautelas. La meta es llegar el 8 de noviembre.