Langosta en el funeral
"Lo que importa es el dinero, el resto es conversación", decía Michael Douglas en Wall Street. Su personaje, Gordon Gecko, inspiró a varias generaciones de yuppies que hicieron de su vida un ejercicio de ostentación a todos los niveles, incluido, claro está, el socioeconómico: eres lo que tienes o, al menos, lo que aparentas tener. Lo que no se contaba en la película es que la avaricia y el postureo son virus contagiosos, auténticas bombas bacteriológicas cuando el infectado es un gran club deportivo, en este caso el Barça.
Abrazar el barcelonismo, durante largos periodos de la historia, se convirtió en una forma asequible de sentirse millonario. Los títulos llegaban a cuentagotas pero siempre teníamos un balance económico que echarnos al coleto -una subida de ingresos por aquí, una rebaja del gasto por allá- que nos hacía sentir indestructibles, los reyes del mundo libre. Con dinero hacíamos realidad nuestros sueños y elevar el listón del fichaje más caro de la historia (Cruyff, Maradona, Koeman, Ronaldo, Rivaldo, Coutinho) se convirtió en una especialidad de la casa. Pero también en el ahorro encontrábamos satisfacción. Por dinero dejamos ir al propio Maradona, a Ronaldo, a Figo, a Neymar… Operaciones desastrosas en el plano deportivo pero que se justificaban con el caramelo emocional de las millonadas ingresadas.
El Barça de Unicef dejó paso al de Qatar Foundation porque la pasión se comparte pero el espacio publicitario de la camiseta no se regala. Los mejores años de la historia del club convivieron con la creencia generalizada de que los jugadores nos estaban desangrando e incluso a Messi, dios redentor, se le afea ahora el pastizal invertido en salarios y hasta en su tratamiento hormonal. "Tan barcelonista no será si nos sale tan caro", se rumorea por ahí. El capital lo es todo y por eso, ahora que vienen mal dadas, se crean nuevos lazos con fondos de inversión que nos garanticen el crédito necesario para seguir presumiendo y redondeando cantidades a la ligera. Solo una sombra se intuye en el horizonte de la arcadia culé, una amenaza latente que también explicaba Gecko en la película: "un tonto y su dinero nunca están juntos mucho tiempo". Consuela saber que se servirá langosta en el funeral.