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Nadal no tiene techo

Cuando llegó a París, el miércoles anterior al arranque del torneo, Rafa Nadal se encontró un Roland Garros muy diferente al que estaba acostumbrado. En pleno otoño, con frío, lluvia y unas nuevas pelotas que criticó abiertamente. “Son como piedras”, dijo. Pero en su primera rueda de prensa dejó claro que iba a ser siempre positivo. “La realidad es que las cosas no van a ser perfectas, pero por ilusión y actitud no va a quedar”, avisó. Sabía que en algún momento le tocaría jugar bajo techo. Lo hizo contra Stefano Travaglia en la tercera ronda. “No hay viento y la cubierta está muy arriba”, apuntó con el jovial optimismo de un niño.

La situación se repitió ayer en el día D y la hora H, la final ante el coco Djokovic, el rival más difícil para él. Horas antes del partido el sol lucía en la capital francesa en un cielo azul. Y apenas un cuarto de hora antes del partido, se cubrió de nubes de lluvia. Así es la llamada curiosamente Ciudad de la Luz. Las alas de la Chatrier se cerraron, pero la voluntad de Rafa ni se inmutó. Salió y pasó por encima del serbio. Entre el primer set y el sexto juego del segundo, el balear solo cometió tres errores no forzados. Increíble.

Uno de los mejores partidos que se le han visto en mucho tiempo en cuanto a táctica, físico y concentración. Un crack, porque priorizó la estrategia en un año en el que no se podía jugar demasiado bien en el Grand Slam de la tierra batida. Una nueva demostración de que su talento no tiene techo.