El lado más auténtico de Lopetegui

El lugar común es moneda de curso habitual en el discurso de los entrenadores, escaldados por vidas profesionales en las que el éxito, por rotundo que fuera, se convirtió siempre en la antesala del más sonado fracaso. En Lopetegui esta característica se acentúa: el guipuzcoano huye de titulares que le persigan como le ha perseguido un pasado repleto de palacios (Oporto, la Selección, el Real Madrid) de los que, culpa suya o no, hubo de salir por la puerta de atrás. Su llorera en la noche de Colonia, tras ganar la Sexta Europa League, tiene mucho de liberación.

Cuando se apaga la grabadora asoma un Julen bastante menos robótico. El que se ríe cuando le cuentas que un sevillista amigo tuyo, que no se fiaba de él ni un pelo cuando llegó, apuesta por ponerle ahora una estatua al lado del Sánchez-Pizjuán. El que se vuelve a emocionar cuando conoce que ya empieza a formar parte de la memoria colectiva para una afición hiperexigente y muy suspicaz, pero a menudo justa. Ése Lopetegui, seguramente el más auténtico, es el que camina a la derecha de Monchi rumbo a un enésimo romance del Sevilla con los triunfos, la épica y la historia.