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El podio amargo de Carlos Sainz

Cuántas veces escuché la misma frase durante mis tiempos como enviado especial a las principales carreras ciclistas: “El segundo clasificado es el primer perdedor”. Y que conste que en el ciclismo, como en todos los deportes, también se celebran podios a lágrima viva. Recuerdo, por ejemplo, la emoción de Alejandro Valverde cuando logró auparse al tercer peldaño del Tour. Hay podios que se festejan como una victoria y otros que se lamentan como derrotas. La segunda plaza de Carlos Sainz en el Gran Premio de Italia se sitúa en un alambre intermedio. Cuando acabó la carrera de Monza no sabíamos muy bien si reír o llorar.

Si Sainz hubiera rematado su destino lógico detrás de Lewis Hamilton, el podio hubiera sabido a gloria, sólo detrás del inalcanzable hexacampeón mundial, como la guinda al brillante trabajo de todo el fin de semana. Pero en el primer escalón no estaba Hamilton, ni siquiera su compañero Valtteri Bottas, ni tampoco el aspirante Max Verstappen, única alternativa ocasional a los todopoderosos Mercedes.

Allá arriba estaba Pierre Gasly con su Alpha Tauri, un buen piloto con un coche decente, pariente cercano del Red Bull. No hagamos de menos a Gasly. Pero un piloto, en definitiva, al alcance de las cualidades y del McLaren del madrileño, que sabe perfectamente que este domingo perdió una gran oportunidad. Por eso su lenguaje de gestos posterior, su mirada extraviada, no son los de una victoria, aunque en el fondo tenga un mérito enorme. Es un podio agridulce, más tirando a amargo. Hay, sin embargo, una buena noticia detrás de esta experiencia. Sainz ya conoce la ruta: tercero en Brasil, segundo en Italia… Sólo falta la victoria, que también llegará. Este año con McLaren, el próximo con Ferrari… Antes o después. Pero llegará. Sólo es cuestión de no salirse del camino.