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Hacía muchísimos años que no veía una etapa del Tour. Cuando era niño, me encantaba sentarme entre mis mayores, frente al televisor, en esa duermevela feliz y fresca, después de comer y de una mañana de baños en la piscina. Estoy hablando de mediados de los ochenta, cuando el conflicto que dividió a la sociedad vasca en dos frentes irreconciliables estaba en su máximo apogeo, provocando terribles discusiones familiares entre los que eran de Gorospe y los de Marino. Yo estaba entre los segundos. A pocas personas he querido más en mi vida que a Marino Lejarreta.

Mantuve la costumbre de ver el Tour durante varios años. Mis primeras resacas fueron ante la televisión, con la voz de Pedro González de fondo, mezclándose con mis sueños sobre la noche anterior. Uno de los días más felices de mi vida fue el 15 de julio de 1990, cuando a seis kilómetros de la meta, Marino dejó atrás a sus rivales para imponerse en la cima de Causse Noir. Recuerdo cómo animábamos en casa de Amama, como si él nos pudiera escuchar a miles de kilómetros de distancia, y que al terminar la etapa, que él no celebró porque no estaba convencido de haber llegado el primero, salí de casa gritando: "¡Ha ganado Marino, ha ganado Marino!".

Unos años después, se retiró tras una caída y yo sentí la plena irreversibilidad del tiempo. No podía dar crédito cuando leí en prensa que lo dejaba. Siempre había estado ahí. No pude pensarme animando a otro ciclista. Ese día, para mí, el ciclismo dejó de existir.

Pero he aquí que anteayer mi hijo mayor, de diez años, hacía zapping y dejó el canal donde daban el Tour. Lo reconozco: no sabía ni que se estaba corriendo en estas fechas. Ver la serpiente multicolor me emocionó mucho, porque los síntomas de regreso a la normalidad me conmueven. Y ahí nos quedamos viendo la etapa, los dos juntos. Él me preguntaba cosas y yo le hablaba con el conocimiento de hace años. Animamos a Julian Alaphilippe. Yo parecía François Pignon en La cena de los idiotas, pero ante el televisor, gritando: "Alaphilippe, allez!".

Qué emoción cuando ganó y derramó lágrimas por su padre. Mi hijo me hizo prometer que veríamos más etapas juntos. Asentí. Animaré a Alaphilippe, con el permiso de Marino, mi único amor sobre la bici. Y veré este Tour por el niño.