El ciclón después de la tibieza
El relato futbolístico de este Real Madrid es tan impredecible como el radical giro que tomó su despliegue frente al Valencia, un partido que siguió el camino inverso al que disputó con el Eibar en la primera jornada post confinamiento. Comenzó con flojera y terminó a toda máquina, con firmeza en todas las líneas, grandes recursos ofensivos, una sensación aplastante de autoridad y algunos goles bellísimos. Benzema marcó uno insuperable, pero ninguno produjo tanta alegría y emoción como el de Asensio. Después de 10 meses de ausencia, ingresó en el segundo tiempo y un instante después, en su primer contacto con la pelota, la alojó en la red con un remate exquisito, a la altura de su indiscutible calidad.
Todo lo que sucedió en el segundo tiempo borró de la memoria lo que aconteció en la primera parte. El Valencia, equipo poco fiable, le dio un buen sofocón a un espumoso Madrid, agujereado en todas las líneas. Sin mucho ruido y un par de buenos pases, el Valencia atravesaba el campo con una facilidad pasmosa. A la espalda de Carvajal y especialmente de Mendy se declaraba un incendio con tanta frecuencia que se anticipó el gol en un par de ocasiones.
Rodrigo remató contra el palo en un mano a mano con Courtois. Poco después, se le anuló un gol por los pelos, en medio del estupor de la defensa madridista, que no encontró la manera de detenerle en toda la primera parte. Tampoco funcionó el ataque, a pesar de medirse con una inédita sociedad de centrales. Mangala es un problema ambulante desde hace varios años y Hugo Guillemón ha debutado esta temporada. Lo más notable es que rinde como un veterano. Pequeño, listo, decidido y tranquilo, fue el mejor del Valencia.
Nada de lo que ocurrió antes del descanso se pareció a lo que se vio después. No fue una cuestión ambiental, el campo siguió igual de vacío, ni de frenesí por la remontada: el 0-0 proporcionaba tiempo de sobra. Fue un asunto estrictamente futbolístico, el Madrid se transfiguró y arrasó. Primero cercó al Valencia y no le permitió un respiro, luego comenzaron a engrasarse todos los jugadores y todas las líneas. Finalmente aparecieron Benzema y Hazard. La destrucción resultó inevitable.
El joven Guillamón se multiplicó para saltar, tapar, cortar y cerrar. Mejoró sus prestaciones Mandala. Todo fue inútil. El Valencia estaba destinado a la derrota. Ni apareció por el área del Madrid, ni se sostuvieron sus centrocampistas, condenados al desastre. Por fuera y por adentro, el Madrid perforó la resistencia y no tardó en encontrar unas rendijas que terminaron por convertirse en boquetes.
El único problema del ataque madridista fue la insistencia de Mendy en salir recto y no aclarar el panorama a Hazard, que se comunica mejor con Marcelo que con el lateral francés. Mendy es pura potencia y la manifiesta con unas carreras que suelen arrastrar a sus marcadores, generando una superpoblación alrededor de Hazard, maestro del aislamiento y el uno contra uno. Llevarle más rivales cerca no es una buena idea.
La erosión defensiva del Valencia y su debilidad en el juego fueron tan evidentes que estaba a un centímetro de un error letal. Lo cometió Gameiro en su primera intervención. Alimentó un contragolpe fulgurante del Madrid y el primer gol de Benzema. Desde ahí hasta el final, un festival cada vez más afinado, redondeado por la brillante reaparición de Asensio -delicado en el golpe, magistral en el difícil pase que precedió al tercer gol- y la maravilla de Benzema en la sensacional acción que cerró el encuentro. Atrás, muy atrás, quedó el tibio primer tiempo del Madrid. El segundo fue otra cosa: un ciclón imparable.