Érase una vez Luka Jovic

Sesenta millones de euros, un conflicto diplomático, una lesión misteriosa y una barbacoa inoportuna componen, a día de hoy, el grueso del currículo acumulado por Luka Jovic desde su llegada al Real Madrid. No es lo que se esperaba del atacante serbio cuando aterrizó en Barajas procedente de Frankfurt, con la maleta repleta de goles, asistencias y promesas de un mundo mejor, pero igualmente convendría ponerlo en valor y darle la importancia que se merece. A fin de cuentas, el fútbol necesita de contenidos alternativos para mantener viva la llama de nuestro interés diario y alimentar, de algún modo, los apetitos menos confesables de cualquier aficionado, tan atento a cuanto sucede sobre el terreno de juego como a las grandes historias que se generan fuera de él.

Nuestro añorado Andrés Montes llamaba "los estudios de la Universal" al Real Madrid por algo, nada era casual ni gratuito en su extenso Diccionario del Jugón. No existe otro club en el deporte mundial capaz de replicar las excentricidades que concedieron al dorado Hollywood todo su esplendor y magnetismo: por cada John Wayne, un Di Stéfano; por cada James Dean, un Guti; por cada Ava Gardner, un Mesut Özil. Todo suma en la construcción del mito y Luka Jovic parece dispuesto a colarse en la historia del Madrid por el hueco de la escandalera, esa portezuela de acceso incómodo pero seguro hacia el imaginario colectivo y los rincones eternos de la memoria.

Luka Jovic, el domingo celebrando una barbacoa.

Luka Jovic, el domingo celebrando una barbacoa.

"Cualquier día se pondrá a meter goles y en diez años nadie se acordará de él", me decía ayer mismo un buen amigo que prefiere mantenerse en el anonimato, tan preocupado por el palmarés y la historia oficial de su club como por la sabrosa literatura que acostumbra a generar. En tiempos inciertos como el actual, donde el fútbol deberá demostrar su capacidad de adaptación a la nueva normalidad, la presencia de futbolistas como Luka Jovic se antoja fundamental para mantener intactos los lazos con el viejo espectáculo, aquel que comenzaba con un "érase una vez" y terminaba como el rosario de la aurora: bendita sea la segunda piel del Real Madrid y, por extensión, la de este inabarcable deporte.