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Amanece que no es poco

En Amanece que no es poco, la película de José Luis Cuerda, los hombres van creciendo desde la tierra, como si su hubieran quedado demediados por una especie de pandemia. Pues con el fútbol pasó igual: se quedó a medias, en pleno bancal. Los futbolistas, sus entrenadores, los árbitros, incluso los sedientos directivos, pasaron por el síndrome del bancal. Ahora se acaba el confinamiento, y ya podrá cada uno de esos protagonistas dar de sí lo que tienen, se les acabó la condena.

Ha sido, sobre todo, una condena para los aficionados, que durante estos meses hemos vivido como los que, en tiempos de los inicios de la televisión, buscábamos que resucitara el fútbol para no seguir viendo películas del cuplé. Entonces el fútbol tenía un brillo de blanco y negro repujado. Ahora es en tecnicolor y a todas horas. Es una pasión global que no tiene edad ni desperdicio: del fútbol se aprovecha todo. Es, además, en las élites, un deporte de millonarios que ejercen millonarios y cuya dirección depende de millonarios, sobre todo constructores.

De modo que cuando se paró el fútbol expiró, provisionalmente, una industria, y se quedó en suspenso una pasión que nos viene de la infancia. Este gusto por ver (o escuchar) qué pasa en el campo, con sus sonidos estereofónicos en blanco y negro o en tecnicolor, pasó a formar parte de los derrotados de la epidemia como cuando no había fútbol durante meses en verano. Ahora se ha abierto (primero en Alemania: suele suceder) la puerta de los campos, aunque todavía no hay espectadores, sino esos dibujos cubistas que parecen aficionados dormidos.

Juntos, al fin, futbolistas y espectadores, y directivos, recomienza una fiesta cuyo detenimiento parecía surrealista como la película de Cuerda, que termina, por cierto, con un cabo de la Guardia Civil gritándole al sol, que amanece por donde no debía: "¡Yo no aguanto este sindiós!" Pues se acabó este sindiós, al fin juntos, el fútbol reaparece.