Un drama de todos
Todos los días, y cada vez con más frecuencia, recibo observaciones y críticas de lectores que se preguntan cómo podemos seguir escribiendo de deporte mientras hay miles de personas que se mueren o sufren durante este oscuro periodo de pandemia. Entiendo el dolor de estos reproches, porque ni el deporte, ni el periodismo, son ajenos a la tragedia. Vivimos inmersos en la misma realidad. Todos hemos padecido, o estamos padeciendo, algún golpe cercano. Dicen que el deporte es lo más importante entre lo menos importante. Sea cual sea la escala jerárquica que queramos darle en nuestras vidas, integra nuestra sociedad. Hoy, como en cualquier otro gremio, hay deportistas que sufren los latigazos del coronavirus, en sus propias carnes o en las de sus allegados. Hoy, como en cualquier otro colectivo, las empresas del deporte se asoman al abismo. Por eso los organizadores intentan salvar sus competiciones, a veces con una tozudez que contrasta con el drama social. Del deporte vive mucha gente. Hay estudios que señalan que su mercado supone un 2,4% del PIB español.
Los actores del deporte actúan con la misma responsabilidad que se exige a los demás ciudadanos. Este martes, el Gobierno de Japón y el COI decidieron posponer los Juegos Olímpicos, la principal maquinaria deportiva del planeta junto al fútbol. No había sitio para otra decisión. La salud es la prioridad. No se cancelan, sino que se aplazan, porque la humanidad debe continuar caminando cuando despierte de esta pesadilla. Por eso se mantiene simbólicamente el sello de Tokio 2020. El deporte no se rinde. Como el resto de la sociedad. Allí viajaremos para difundir las gestas de los atletas. Citius, altius, fortius. Para informar y para entretener, que es nuestra razón de existir. Y hasta que el mundo se normalice, seguiremos cubriendo este drama de todos, que también es el drama del deporte.