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Más mercenarios y menos palabras

Hay una escena en The Wire que lo resume muy bien. Stringer le dice a D’Angelo que retrase la paga a los camellos porque entre ellos hay un soplón. Le dice que descarte a los primeros que vengan a exigirle el dinero y le informe de los que no. Me extrañó. Porque ahora vivimos en una sociedad en la que te recomiendan no preguntar en una entrevista de trabajo cuánto cobrarías.

Describía Alcántara a un Legrá que se jugaba la vida en el cuadrilátero por pasar hambre. En el fútbol profesional nadie pasa hambre ya. Hay otros horizontes. Lo que mueve a los futbolistas es la fama, un Ferrari o dar el salto a un grande de Europa. Y jamás pensé que diría esto, pero bien está que sea así. En parte, he dejado de creer en sentimentalismos, en gestos tribuneros. Al final, como decía Jerry Seinfield, los aficionados apoyamos unos colores. Simple ropa.

El Espanyol fichó en invierno tres jugadores a tocateja. Sólo ellos saben por qué firmaron, pero claro está que no por el proyecto de un equipo en puestos de descenso. Desde que llegaron han sido los mejores, partido contra Osasuna aparte. Y eso que los tres vendrían a ser mercenarios, el insulto más recurrente cuando las cosas van mal.

Ahora pongo en duda este insulto. Porque me hastía oír a otros que se llenan la boca de buenas intenciones, que hacen burdas imitaciones del “dirán que estoy loco” de De la Peña, pero que en partidos vitales les expulsan por errores de alevín. Casi mejor que no den ruedas de prensa. Incluso casi mejor que jueguen a puerta cerrada. Porque cada día que pasa los aficionados se sienten más engañados. Sienten que las palabras no valen nada porque no van acorde con lo que ocurre posteriormente en el césped. No sé. Si nos tiene que salvar alguien igual prefiero que sean unos mercenarios que luchan por lo suyo, sea lo que sea, a los portadores de un sentimiento que parece impostado. Y, si no lo es, que lo expresen. Pero en el campo.