Dolor y gloria del corazón partío
Como le pasa a mi amigo Roncero, pero en sentido contrario, siempre deseé que el rival perdiera hasta en los entrenamientos. Cuando a los ocho años ingresé en la tribu culé, el Barça perdía mientras que el Madrid ganaba hasta en los entrenamientos. Hubo tiempos de desquite, pero la incertidumbre ha vuelto con encono y el miedo a aquella delantera mítica (Gento, Di Stéfano) se ha reproducido en los años indecisos. Cristiano impuso su ley de folha seca, aunque Messi amortiguó nuestras recaídas. Ese empate técnico nos devolvió ciertos placeres. Pero ocurrió algo inesperado. Un día mi nieto, que nació cuando el Barça se apellidaba Guardiola, supo que el Madrid tenía más éxitos y decidió vestir su corazón del blanco de Cristiano, de Modric o de Kroos.
La primera vez que supe que esa afición era perfectamente seria fue cuando, hace una temporada, el Barça le ganó en el Camp Nou (5-1) al equipo de mi nieto y observé en sus ojos la desolación que yo sufrí cuando Di Stéfano y Gento nos tumbaban. Desde entonces juré que jamás iba a desear, ni en su presencia ni nunca, el malestar de mi nieto. Hace semanas, cuando jugaban Atlético y Madrid en Arabia Saudita, le pregunté si precisaba de mi aliento. Tras un silencio dijo: "Estaría bien". Si esta noche me pide lo mismo le daré un abrazo. Veré el partido con el corazón partío. Cuando él quiera le daré un abrazo. Y que gane el mejor.