La segunda montaña de Llull

Llull no está fino: esta semana en el Palacio, ante el Baskonia, parecía como si le hubieran robado sus habilidades los malos de Space Jam. Nada le salía. Él mismo estaba un poco superado por la situación. Se podía sentir un tímido murmullo de incredulidad en la grada. Y es que el madridismo anda inquieto con Llull porque el madridismo es un poco drama queen. Que me lo digan a mí, que cada vez que pienso que esta puede ser la última temporada de Carroll comienza a sonar dentro de mí una canción de Maná.

Lo que echa en falta ahora Llull es encontrar una consistencia, un nuevo rol dentro del equipo que le permita poco a poco ir recuperando confianza y piernas. Ha ido teniendo inoportunas lesiones musculares que le han cortado sucesivamente su progresión en cuanto empezaba a alzar el vuelo. Y vuelta a empezar. Como Sísifo con la piedra. Pero Llull tiene un buen espejo en el que mirarse dentro del vestuario: Rudy, al que muchos desahuciaron tras su tercera operación de espalda, y que tardó en volver a recuperar sensaciones. Luego el tiempo puso a cada uno en su lugar: fue MVP de la Final de la Liga Endesa y, hoy por hoy, es un jugador determinante en Euroliga. Una estrella. Y eso que todos le daban por muerto. Nadie que sepa algo de baloncesto espera de vuelta a ese Llull tan explosivo, con esas frenadas salvajes que hacían retumbar el parqué de Goya como un elefante, del mismo modo que tampoco esperamos ver a Rudy volando y colgándose del aro en acrobáticos alley-oops. Adáptate o muere. Y Llull se encuentra ahora en esa transición. Es un camino solitario y con el viento en contra.

Es lícito estar preocupado por Llull. Es lógico exigirle como uno de los pesos pesados que es. Lo imperdonable es darle por muerto. Porque si algo ha demostrado Llull es instinto asesino. Y al tigre nunca se le van las rayas por mucho que lo frotes.

Ahora no muchos recuerdan que una canasta de Llull forzó la prórroga en la final de la Copa del Rey el año pasado ante el Barça, o que ganó un Mundial con toda la confianza de Scariolo, luciéndose ante Australia y bailando con la más fea: Patty Mills, o que un pase suyo, pura visión, fue el punto de inflexión en las finales contra el Barça para que Carroll clavara aquel triple. Llull no va a volver. Porque no se ha ido. Solo tiene que esperar una buena ola.