En verano lo parecía. Que Griezmann tenía heredero. Que el futuro ya era presente. João maravillao. Fue la noche de New Jersey ante el Madrid, fue el sueño de todo un verano, pero comenzó la temporada y éste comenzó a difuminarse. Jugadas maradonianas sin continuidad. La pila que dura una hora y se apaga a la derecha. A estas alturas de enero, Grizi ya había explotado en su primer año en el Atleti.
Sin Costa, echa aún más de menos los goles de aquel . Un Costa que se mordía los nudillos detrás del banquillo, en la grada con Koke y Lemar: la Bestia siempre salía a comerse esa clase de partidos, el derbi que la Supercopa le regaló a Yeda en la final. El público que quería ver a Messi ahora pitaba a los rojiblancos, aunque los 50 de Madrid y la peña Atlética Saudí colaban a veces sus gritos. "Ole, ole". Pero Simeone también cerraba sus puños. Se los metía en los bolsillos, se los llevaba a la cara. Si de inició logró quitarle la posesión a los cinco centrocampistas de Zidane todo se torcía en los metros finales. Allí siempre es de noche. Nadie rompe. João siempre se chocaba contra algo. La pierna de un rival, su propia ansiedad. A su lado, Morata bregó contra todos y se vació, sin hallar el camino al gol. Y cuando más se acercó, no le dejaron.
Y el Madrid de la segunda parte no fue el de la primera. Mordía en cada contra, el Atlético haciéndole a la ciudad de la Supercopa, de tráfico infernal. Koke se levantaba en su asiento. Ya no podía estar quieto. Molestaba la silla, le pica la barba, señala, grita. Porque Koke estaba aunque no pudiera estar. No se perdió la charla que Simeone dio a sus jugadores antes de la prórroga . Después lo tuvieron que arrancar de la hierba: había saltado para animar a sus compañeros uno a uno en cuanto sonó el final de los 90’. Oh, capitán.
Pasaba el reloj de los 100 cuando la final se le terminaba a João y Thomas se convertía en delantero centro. Koke volvía a levantarse. Una vez, otra y todas las siguientes. Y se iba el Comandante Giménez, otra oda al esfuerzo, titular tras molestias, sus gemelos pedían hielo. Koke ya vivía de pie y con él arrastraba a Costa, Lemar y todos los demás. El sufrir ya no se aguantaba. Y eso que aún no habían llegado los penaltis.