La grandeza que Valverde animó a construir

Despliegues como el del Real Madrid contra el Valencia verifican la idea de un equipo dispuesto a todo esta temporada. Su progresión desde el fiasco en Son Moix es indiscutible. El sospechoso Madrid de la pretemporada, el irregular y lánguido que amenazaba con repetir su triste papel en la temporada anterior, despertó de aquel encuentro con el Mallorca, en medio de una frustración que venía avisada por el trastazo frente al París Saint Germain (3-0 sin la participación de Mbappé y Neymar) y que se trasladó al grueso de la hinchada. El Bernabéu se vaciaba. No había nada interesante que ver.

La cabalgada alcanzó una nueva cima en la semifinal de la Supercopa, no por la importancia del torneo, pero desde luego por una actuación que dejó en cueros al Valencia. Antes que la influencia táctica —por primera vez el Madrid jugó con cinco centrocampistas— se constató el espíritu general, presidido por una energía y solidaridad pocas veces vista. Hubo temporadas donde el Real Madrid ganó la Copa de Europa con bastante menos juego que ahora.

Un aspecto fundamental de su brillantez en el partido fue su capacidad para mantenerse atento, dinámico y agresivo durante los 90 minutos. Poco a poco, el Madrid ha pasado de ser un equipo de ratos, y a veces de ratitos, a una versión coral, firme y sostenida. Es un salto gigantesco, con otro valor añadido: jugadores que parecían apagados, con el recorrido ya cumplido, se han revitalizado y recuerdan sus mejores días. Varane es uno. Kroos, sin duda. Modric ha vuelto. Courtois se parece al portero que causó sensación en el Atlético de Madrid. Isco ha renacido.

Es tan grande la transformación individual y colectiva que se puede hablar de un efecto contagio, simbolizado por el jugador que se incrustó anónimamente entre los titulares, sin buenos pronósticos, pero sin ninguno de los defectos habituales en la plantilla. Su nombre es Fede Valverde. Entró de puntillas y ahora es imprescindible, por su sensacional rendimiento y por su abrumador ejemplo.

Fede Valverde se lleva el balón ante el francés Coquelin en un lance de la semifinal que el Madrid ganó al Valencia (3-1) el pasado miércoles.

Valverde le ha cambiado el paso al Madrid. En su momento, cuando las cosas iban mal, era una rareza de jugador: implicado al máximo, indesmayable, dispuesto a aprovechar una ocasión que pocos sospechaban. En este punto, el mérito de Zidane es absoluto. Vio en el uruguayo una alternativa creíble en un medio campo aparentemente escaso de recursos, apenas apuntalado por Casemiro. Modric y Kroos no funcionaban desde hacía tiempo. Isco había desaparecido de las alineaciones, probablemente con razón. James parecía más una tirita para un herida profunda que una solución. Valverde cambió el paisaje. De repente se apreció una nueva vitalidad, a la que se sumó todo el mundo.

Es injusto evaluar a Valverde como un jugador extremadamente laborioso, que lo es, sin remitir a sus cualidades técnicas. Rara vez se equivoca. El tímido jugador que al principio prefería la seguridad básica a las decisiones creativas se ha erigido en un centrocampista integral, por lo que corre, por lo que sabe y por lo que decide. No se puede hablar de Valverde como un revulsivo casi milagroso, sino de un factor integral del Madrid de los próximos años.

Zidane aprovechó las ausencias de Hazard, Benzema y Bale, nombres que producen vértigo, para dar otra vuelta de tuerca al equipo. El partido era además un fenomenal banco de pruebas para futuros compromisos, el del Manchester City en febrero, por ejemplo. La prueba entusiasmó a cualquier aficionado al fútbol. Todos, excelentes pasadores por lo demás, convirtieron el partido en un espléndido monólogo, tan exquisito que dejó fuera de foco a Jovic, inédito durante el partido. Por ahora, y van para cinco meses, no ha dado muestras de la categoría que se espera de un delantero del Real Madrid. Veremos si hay un Valverde del gol escondido detrás del serbio.