La ensaladilla rusa
La Navidad es época de deseos. El universal es ser feliz y a partir de ahí el asunto se complica porque hay a quien le hace sentirse dichoso un reloj carísimo o un viaje a la Cochinchina y hay quien se alegra tan sólo con sentarse alrededor de una mesa en Alcorcón con un barreño de ensaladilla rusa que todavía hace su madre. La clave está en las expectativas y hay una máxima con la que nunca he comulgado: "No es más feliz el que más tiene, sino el que menos desea". Como si anhelar regresar a los bloques uniformes donde te has criado para ver a tu familia fuera poca cosa. El fútbol, sin embargo, tiene sus propias reglas. O debería tenerlas.
Los aficionados del Barça y del Real Madrid pasan las fiestas conformándose unos con ser los primeros y otros con estar ahí, jugando mejor que en octubre. Los culés ya han dejado escapar 15 puntos en la Liga y suman las mismas derrotas, tres, que en toda la temporada pasada, mientras que en la primera de Valverde sólo cayeron ante el Levante y cuando el campeonato ya estaba en la buchaca. Hasta la veneración al sacrosanto estilo y la identidad se cambia ahora por elogios porque Griezmann ya aparece en las fotos junto a Messi y Luis Suárez. Por su parte, los madridistas aplauden conceptos como la presión y el juego coral a pesar de haber empatado los tres últimos partidos en Valencia, el Camp Nou y frente al Athletic con el peor registro goleador de la década e incapaces de rellenar el cráter dejado por Cristiano Ronaldo. Como los unos y los otros sigan bajando el listón van a acabar husmeando las sobras con la nariz en el suelo.
Para andar por casa a ambos les vale, pero está por ver qué pasará cuándo Barça y Madrid se suban a un avión para competir en Europa. La sensación es que con lo que hay, ahora mismo, no les llegará en las noches grandes. Acomodarse en las aspiraciones tiene toda la pinta de ser un negocio ruinoso. Hay que ser muy simple para soñar con comer ensaladilla rusa si no es acompañado de la familia en Navidad.