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El brillo en los ojos de aquella niña

El brillo que había en los ojos de aquella niña me recordó a los ojos infantiles que descubren los regalos debajo del árbol o encima del sofá en las mañanas de Navidad o de Reyes Magos. La pequeña Alicia, sobrina de unos buenos amigos, se preparaba aquel sábado para desplazarse a Guadalajara, donde está apuntada a natación sincronizada, ahora renombrada como artística. Entonces le revelé mi oficio, “soy periodista de deportes”, y le conté que unos días antes, en la Gala de AS, una de las premiadas había sido Ona Carbonell. Sus ojos se abrieron como platos y lucieron tanto como sus sueños, mientras preguntaba incrédula: “¿De verdad conoces a Ona?”. Hace unos días, durante la Gala del Hockey en Tarrasa, le conté esta misma anécdota a Alba Cabello, otra sirena de la Edad de Oro de la sincro. “Qué bueno es que las niñas de ahora tengan referentes así”, me dijo Alba, que vive a diario esa misma experiencia como actual seleccionadora catalana. Ellas dos también pudieron mirarse en una pionera, Gemma Mengual. Y pare usted de contar. No había más espejos.

Hace una semana, las Guerreras visitaron AS con la plata mundial en ristre y con un discurso similar. En el aeropuerto habían tenido un entrañable recibimiento, que incluía a niños que jaleaban a sus ídolos… Hay que inventar la palabra ídolas. El deporte femenino español se ha abierto paso con trabajo y calidad, pero sin referentes a los que imitar, salvo masculinos. Ahora ya existen. Son ellas. Las niñas como Alicia emulan a Ona, la nadadora con más medallas mundiales (23). Y a las subcampeonas de balonmano. Y a tantas otras: Carolina Marín, Lydia Valentín, Sandra Sánchez, Alba Torrens, Garbiñe Muguruza… Antes que ellas hubo otras: Miriam Blasco, Blanca Fernández Ochoa, Arantxa Sánchez Vicario, Theresa Zabell… Y entre todas han construido un camino infinito.