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Tres palos y demasiado fútbol rutinario

El tercer empate sucesivo del Real Madrid, tres puntos de nueve, generó alguna perplejidad por la cantidad de remates a los palos de la portería del Athletic. El empate se interpretó como un acto de mala suerte y un déficit de contundencia en el área. La gente quedó satisfecha y Zidane, también. Elogió el compromiso del equipo, sus ganas de batallar y dio por seguro que el Real Madrid seguirá hasta la última fecha en la lucha por el título. Los jugadores saludaron a la hinchada después del encuentro y todo el mundo pareció satisfecho, a pesar de la ventaja que ha cobrado el cuestionado Barça de esta temporada.

Por volumen de oportunidades, quedó claro que el Real Madrid mereció la victoria, aunque el Athletic se las arregló para generar cuatro o cinco ocasiones importantes. Courtois, y no Unai Simón, hizo la parada del partido en el violento tiro raso de Williams. El gol anulado a Kodro requirió la milimétrica intervención del VAR, lo mismo que sucedió después de la prodigiosa intervención del portero del Madrid en el último minuto, en pleno descontrol del encuentro.

Por numerosos que fueran los remates al palo, la producción de ocasiones fue normal. Unai Simón, un portero que progresa adecuadamente, no hizo ninguna parada digna de recordar. Más aún, se equivocó gravemente en el cabezazo de Nacho al larguero. Midió mal la salida y abrió la puerta de par en par. De los tres remates al palo, dos llegaron en centros desde el costado derecho: un saque de córner y un balón colgado sin oposición defensiva. La única novedad se presentó en la espectacular conducción entre las líneas defensivas del Athletic, coronada con un derechazo al travesaño. Una gran jugada, tan aislada dentro del partido que somete a consideración los elogios que recibió el Madrid.

El Madrid llegó al partido después de su buen partido en el Camp Nou. Enfrente tenía un Athletic novedoso en lo táctico y en la alineación, que presentaba a tres futbolistas residuales durante el último año. Lekue había jugado 54 minutos en 17 partidos; Kodro, 136; Vesga, 104 minutos. Se podía interpretar como un déficit notable para un partido en el Bernabéu, donde el Real Madrid utilizó a la mayoría de sus estrellas.

Nacho remata de cabeza de forma espectacular a la salida de un córner, pero el balón fue escupido por el larguero.
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Nacho remata de cabeza de forma espectacular a la salida de un córner, pero el balón fue escupido por el larguero.

La novedad táctica correspondió a Gaizka Garitano, que añadió un tercer central (Unai Núñez) anticipando los problemas que podía crear el Madrid en el juego aéreo. Por lo demás, era un equipo para combatir, resistir y buscar alguna rendija. De eso se ocupó el admirable Williams, condenado a solitaria existencia entre defensas. Pese a todo, le tuvo más que preocupado a Militao.

Frente a un equipo destinado a defenderse, el Madrid abogó por la rutina de los centros. No hubo variedad en su juego, no encontró, o desestimó, el juego interior, no se vieron paredes, pases filtrados, en todo aquello que se espera de un gran equipo frente a un muro defensivo. En muchos aspectos remitió a la hora final de Mestalla y también a muchos momentos en el Camp Nou, donde llovieron los improductivos centro de Mendy, desaparecido frente al Athletic.

Un par de travesuras de Vinicius no fueron suficientes. Mucho más preocupante fue la actuación de Rodrygo, que no se la jugó nunca. Tomó decisiones de veterano aburrido. Como tiene buen pie, colocó un buen par de balones en el área. Nunca desbordó, sin embargo. Y nunca lo intentó. La suma de actuaciones discretas o mediocres superó por mucho a la de buenas o notables. Sobresaliente no hubo ninguna. Hasta Benzema bajó su rendimiento. Modric fue el mejor con diferencia, aprovechando la zona que Vesga no lograba controlar casi nunca. Todo lo demás fue más combativo y rutinario que digno de elogio.