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Decía William Layton, maestro de actores, que nunca hay que compararse con los demás porque siempre habrá alguien con más talento o suerte que tú. Lo útil, sostenía, es compararse con la anterior versión de uno mismo. Así es como se crece. Siguiendo esta máxima, si comparamos al Madrid de anoche con ese triste muñeco de trapo que el año pasado cayó vapuleado 5-1 (¡y sin Messi!) en el Camp Nou, podríamos decir entonces que estamos ante dos equipos, dos momentos y dos estados de ánimo tan diferentes como esperanzadores. Lo que no deja de ser curioso si tenemos en cuenta que los jugadores disponibles anoche y hace un año eran prácticamente los mismos, con las excepciones de Mendy y Carvajal. Zidane, el de la suerte, el que tan sólo es un buen gestor de egos, ha vuelto a demostrar que tal vez algo de idea de esto sí que tenga. El equipo está a punto de entrar en 2020 con sólo una derrota en el casillero tras haber visitado el Wanda, el Camp Nou, el Sánchez Pizjuán y Mestalla. Esto se le pedía al equipo: consistencia, solidez y competir hasta el final. Parafraseando al gran Sergio Algora, la Liga es como el desembarco de Normandía: todos alcanzan la playa, pero muy pocos llegan a París. Al Madrid se le pide morir cerca del champán. No en diciembre.

Modric entra por Valverde en el Clásico de ayer.
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Modric entra por Valverde en el Clásico de ayer.

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, decía Pablo Tusset, es que lo unten con mantequilla. Lo mejor que le puede pasar a un 0-0 es ver irrupciones salvajes como la de Fede Valverde. Es tremendo que el uruguayo haya sentado a todo un Luka Modric en el banco y que no se oiga un murmullo de recelo entre los madridistas. Casi habrían preferido muchos prescindir de Courtois antes que de Valverde para poner al croata. Hacía mucho que una irrupción así no sentaba tan bien a un equipo. Vigorizante y analgésica. Valverde es como uno de esos masajes en lo que te aprietan un punto concreto de la planta del pie y mejoras del páncreas, de la circulación sanguínea y hasta duermes mejor. Veo a Kroos con menos ojeras de repente. El charrúa es zancudo, todo piernas, elástico, dotado del don de la ubicuidad, duro y con personalidad. Lo tiene todo. Cuando Zidane le sentó en el minuto 80 me sentí de nuevo como cuando mis padres me dejaron de pequeño solo en casa por primera vez para bajar a la farmacia. Los diez minutos más largos de mi vida. Sobre todo con Messi merodeando. Es tremendo lo del argentino. Convierte a equipos sólidos en países con hiperinflación: una jugada suya con peligro equivale a 7 millones y medio del resto. No tengo salud para un pase más en profundidad de Messi a Jordi Alba. "Que no se retire nunca", me decía un amigo el otro día. Tiene razón. Con que se vaya a China o a Qatar mi tensión lo agradecería.