Los aristoclubes

En los grandes negocios ya no consigues ser millonario sin más; tienes que ser más millonario. Ni siquiera puedes detenerte un rato a pensar qué rico eres, y qué pelazo tienes, ya puestos, porque pierdes dinero, que va a parar a alguien que no piensa, actúa. En el fútbol ya ocurren cosas tan terribles como estar triste porque tienes muchísimo dinero, y no puedes tener más. Menuda faena. A unos pocos clubes, en especial al Madrid, y a los fondos de inversión metidos en el ajo, les parece injusto. Es como si ser millonario no tuviese recompensa. Llega un día, cuando tienes mucho dinero, que el dinero te tiene a ti, y obedeces.

De ahí la pretensión de crear la Superliga, que dispararía los beneficios, y los grandes clubes ya no deberían conformarse con ser simples millonarios, mezclados con otros que ni siquiera lo son un poquito. En el fondo, la nueva competición propiciaría la confluencia de la nobleza. Formarían parte de ella solo equipos encantados de pertenecer a un club en el que admitiesen a miembros como ellos, y a nadie más. Al fin se plasmaría la idea, que dejaría de ser falsa, de que la vida es un campo de rosas, tan maravillosa que solo has de interesarte en cumplir los grandes sueños y no hacer nunca más cosas modestas, como jugar, supongo, contra el Granada o el Eibar. ¿A quién podría parecerle mal?

Ramos y Mané, en la final de la Champions 2018.

Habitaríamos un mundo en el que habría un Madrid-Liverpool al día, o un Bayern-Juventus, o un Barça-City. A las ligas nacionales las llamaríamos ligas vaciadas. Quizá estaríamos más cerca de que los mundiales fuesen una vez al año. ¿Es que no nos merecemos ser felices todo el tiempo? El fútbol no volvería a ser la historia de un equipo grande contra uno pequeño, que no se cree inferior y a veces se impone. No habría equipos modestos, o no tendríamos noticias de ellos. ¿Puede que desapareciesen los hinchas, y la pasión consustancial al fútbol? También desaparecieron los dinosaurios y vamos a desaparecer los humanos. Seamos felices hasta ese día, de solo admirar, de lejos, la felicidad de los aristoclubes.