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Messi acude al taller

Sin él la vida es peligrosa. 701 partidos siendo decisivo, desde adolescente casi. El jugador argentino que se persigna cuando gana y se duele cuando pierde, como cuando era un niño en el campito, multiplicó anoche su ambición de mejor futbolista del mundo y le regaló al Barça, a la vez, un respiro y un gol. Sin él la vida es peligrosa para el equipo que capitanea.

Al taller. Fue corriendo, más rápido que habitualmente, cuando el partido parecía condenado al empate; el Madrid por arriba, los demás pisándole los talones, y el equipo que capitanea, al que jura amor eterno… mientras él dure convencido de seguir siendo azulgrana, indeciso como nunca. En la primera parte se le vio mascar la desgracia, hasta que él mismo recompuso la energía y la ambición, y el viejo Barça, al que el también pertenece, resurgió del intenso frío atlético. Entonces respiró la grada que, por ejemplo, yo ocupaba en Guadalajara, México, rodeado de culés, madridistas y argentinos indiferentes a Messi y devotos de Boca o de Vélez. En esto Messi echó a correr, cuando ya la suerte estaba echada.

El fantasma llamado empate. Le había preguntado al único culé de la mesa, Álvaro, que vive la Liga desde Washington envuelto en una camiseta azulgrana, cómo veía la cosa. Estábamos en la Feria del Libro de Guadalajara, y éramos pocos mirando este encuentro del siglo de anoche. La energía atlética tuvo a mi compadecido culé al borde de un ataque de nervios, y yo mismo sentí que la velocidad atlética iba a ser, al fin, la nueva tumba azulgrana, el nuevo descenso a los infiernos. Así que le pregunté a Álvaro y él me dijo, usando los dedos: “Empate”. Me levanté de la mesa, crédulo del pesimismo, y me disponía a salir a escribir una crónica melancólica y contrariada. Y de pronto….

Fábrica de gol. Messi fabrica los goles, cuando éstos no se ponen a tiro (libre o desviado por otros), como si fuera un artesano que siempre arregla los rotos de la misma manera. El argentino se despide de un lado del campo, el derecho generalmente, va driblando en primera persona a todos aquellos que le estorban el paso, hasta que se coloca ante el único lugar en el que el portero no ha advertido el aliento del futbolista rosarino. Anoche tenía un objetivo a batir, la inercia de la Liga, y otro aún más contundente, para cuya derrota hace falta una ayuda del espíritu santo de su pie izquierdo: Oblak, tan buen portero como Ter Stegen, héroe por cierto del partido. Pues hasta ese punto exacto al que no llegaba Oblak llegó el ojo que Messi tiene en el citado pie, disparó e hizo la diana que conmemora setecientos un partidos y una dedicación azulgrana que él convirtió en una caricia al escudo.